Ejecución de los Comuneros de Castilla (1860), de Antonio Gisbert Pérez
Por Quim Solias Huélamo (@JQSolias)
El estreno de The Witcher ha vuelto a poner en boca de todos aspectos y características del imaginario mitológico centroeuropeo que tanto se muestra en autores como J.R.R. Tolkien o G.R.R. Martin. Así mismo, pone de manifiesto la falta de grandes obras literarias que traten la fantasía épica desde un punto de vista mediterráneo global, tal y como pasa en el Norte de Europa. Y es que, desde los años setenta, el gran consumo de la fantasía épica se limita a las obras encuadradas en el estilo nórdico: con elfos, gnomos, vikingos, donde además aquellos personajes más propios del Mediterráneo son vistos normalmente con exotismo e incluso desprecio. Esto le hace preguntarse a uno cómo sería una novela de estas características, con capacidad de ofrecer un Mediterráneo idealizado con sus criaturas fantásticas y con la tendencia cultural hegemonizadora que tienen estas grandes producciones. Mismamente pasa con el campo de la Historia de la Teoría Política, donde la falta de un consenso común mediterráneo a la hora de reclamar una tendencia capaz de aunar todas las corrientes de sus territorios y la imposición de las teorías asociadas a las escuelas atlánticas, han generado una sumisión de todas las Humanidades y Ciencias Sociales de los países mediterráneos hacia sus congéneres (como Estados Unidos). Esto ha provocado que en la literatura, en la politología o en la historia, las teorías más aceptadas y además, los mayores best sellers, provengan de estas escuelas y no de las del Mare Nostrum.
Un claro ejemplo es el de los “repúblicos”, las personas que abogaron por un discurso republicano a lo largo y ancho de la historia. Hace 50 años que J.G.A. Pocock [1] formuló la concepción de que el legado de personajes mediterráneos como Maquiavelo era el causante de la Declaración de Independencia de los EEUU. A través de la lectura de clásicos como Nerón, Maquiavelo había adaptado el discurso a favor de la República a los tiempos convulsos que vivió, y así mismo hicieron los autores americanos como Thomas Jefferson, que se basaron en autores europeos para su teoría republicana. Este proceso, nada sencillo, involucraba a multitud de escritores que transmitieron este mensaje, desde los copistas medievales de las obras de los clásicos romanos hasta los primeros liberales ingleses que se llevaron sus ideales al continente americano.
A través de la lectura de clásicos como Nerón, Maquiavelo había adaptado el discurso a favor de la República a los tiempos convulsos que vivió, y así mismo hicieron los autores americanos como Thomas Jefferson, que se basaron en autores europeos para su teoría republicana
Pero ¿qué piezas faltan en el engranaje para el traslado de las ideas de personas como Maquiavelo hacia el norte de Europa? La respuesta a esta pregunta está en los “repúblicos”, aquellos hombres y mujeres que, además de influir desde la España Moderna a la globalidad, escribieron sobre concepciones de la República, su funcionamiento y su aplicación.
Tal es así, que de entre estos autores marginados por la hegemonía atlántica, hay varios ejemplos que sobresalen por su influencia y el valor de los escritos. Y es que, estando ligados al mundo de las Cortes y al de gobiernos municipales, hicieron valer su discurso en la práctica política y en sus escritos. Para explicarlo de manera breve, bastan unos pocos ejemplos que pueden ser muy ilustrativos.
Una clara referencia de ello es Juan Ginés de Sepúlveda, quien usó de manera activa el término “República” para el gobierno de la comunidad y ciertamente puso de moda este uso y el de la consideración de que los ciudadanos debían tener una vida activa políticamente hablando [2].
Otro español, Acevedo y Salamanca, fue incluso más allá con declaraciones como “Senado, consistorio, consejo, capítulo, cabildo, colegio, universidad, comunidad, cofradía, congregación, es todo una misma cosa, y es una junta de hombres savios diputada para el gobierno de una alguna cosa pública o particular.” E incluso, situó la República como ente soberano dentro del gobierno por orden de Dios.
También Juan Costa, más cercano a la Corona de Aragón, atajó -siempre dentro del marco monárquico- que el gobierno del monarca dependía de sus gobernados y así mismo de sus funcionarios: “toda República tiene tres partes. La primera es el Rey. La segunda, los ciudadanos que la sustentan. La tercera, el vulgo de los oficiales. De estas tres partes la primera toca el mandar lo que en la República se debe hacer, la segunda mandar y hacer, y la tercera hacer solamente” [3].
La fuerza e influencia ideológica de estos autores, pese a la dificultad de difusión con los medios de la época, no fue ni de lejos en balde. Todo este discurso republicano fue cogiendo calado dentro de los municipios castellanos y aragoneses, lugar céntrico para el desarrollo de la política en la España Moderna, hasta el punto de entrar de pleno en los escritos de los comuneros en Castilla y los agermanados en Valencia. Así fue que la Junta comunera expuso su programa de la “Ley perpetua”, redactada en 1520 con un sentimiento fuertemente constitucionalista, y que exigía al rey que observara las leyes del reino y propugnara unas Cortes más activas. Por ello, los partidarios comuneros comenzaron a utilizar el término “República” dentro de sus reivindicaciones. El mismo Alonso de Castrillo, en su Tractado de República, decía del gobierno republicano que era “la más noble de las congregaciones humanas y de más alto merescimiento”. Del mismo modo lo hacían en Valencia intelectuales tan poco estudiados como Joan Llorenç [4].
Pese a que agermanados y comuneros fueron pasto de la reacción de la institución monárquica, su discurso hizo calado en los gobiernos municipales y más allá, donde el término “República” seguía en boca de los representantes en las instituciones. Así mismo, la influencia de sus escritos y la transmisión de este discurso republicano llegó hasta el jurista español del siglo XVII Jerónimo de Ceballos, y a partir de allí hacia los más conocidos Francis Bacon, John Locke, Thomas Jefferson o Rosseau. Es por tanto, un viaje discursivo enorme, con un camino largo y que de boca en boca nos ha sido legado a hoy día [5].
Resulta descorazonador el hecho de que en un país como España, que ha tenido una historia en la que el pensamiento republicano ha ocupado un importante lugar en los últimos tres siglos, no reconozca como otros países (EEUU o Inglaterra) la herencia republicana de estos autores y autoras
Por lo expuesto, resulta descorazonador el hecho de que en un país como España, que ha tenido una historia en la que el pensamiento republicano ha ocupado un importante lugar en los últimos tres siglos, no reconozca como otros países (EEUU o Inglaterra) la herencia republicana de estos autores y autoras. Y aún más triste es el hecho de que las menciones republicanas a los comuneros, tan propias entre sectores más tradicionalistas del republicanismo actual, se hagan en base a pensamientos decimonónicos, ya desfasados y rechazados por la historiografía y la politología. Sin embargo, hay una tendencia clara hacia la recuperación de este discurso. Autores como Manuel Herrero o Francisco José Aranda han tratado de demostrar la influencia de estos “repúblicos” a lo largo de la España Moderna. Ahora sólo falta la parte más difícil: hacer llegar la voz de los personajes de estos siglos a la actualidad para dar una experiencia histórica aún mayor al republicanismo en España.
Referencias
[1] John Greville Pocock, The Machiavelian Moment, Princeton, Princeton University Press, 1975.
[2] Xavier Gil Pujol, “Concepto y práctica de república en la España moderna: las tradiciones castellana y catalano-aragonesa”, Estudis. Revista de Historia Moderna, n. 34, (2008), pp. 111-148. Traducción ampliada del capítulo en M. Van Gelderen y Q. Skinner, eds., Republicanism. A shared European heritage, Cambridge University Press, Cambridge, 2002, vol. I, cap. 13, p. 127.
[3] Francisco José Aranda Pérez, “Repúblicas ciudadanas. Un entramado político oligárquico para las ciudades castellanas en los siglos XVI y XVII”, Estudis. Revista de historia moderna, n. 32, (2006), pp. 7-48.
[4] Xavier Gil Pujol, op. cit.
[5] Manuel Herrero Sánchez, ed., Repúblicas y republicanismo en la Europa moderna (siglos XVI-XVIII), Madrid, Fondo de Cultura Económica de España, 2017.