Por Franscisco Maturana
Han pasado trece años desde aquella inolvidable portada de la revista Time, en la que un oso polar apenas se sostiene sobre un témpano de hielo y el titular “estén preocupados, estén muy preocupados” nos invitaba a internalizar la idea de que el cambio climático no era un problema imperceptible del que ya tocaría hacerse cargo en un futuro lejano, sino que las consecuencias del mismo ya eran visibles y palpables.
Como apunta Manuel Castells en su obra “Comunicación y Poder” (Alianza Editorial, 2009), costó mucho que el cambio climático entrara en las agendas mediáticas, abriéndose paso para visibilizar un problema que, si bien se venía trabajando en la comunidad científica desde mediados de los años 50′, no adquirió cierta notoriedad hasta entradas las décadas del 70′ y 80′. En este sentido, el “cómo” la cuestión de la problemática ambiental llegó a insertarse en los medios de comunicación adquiere gran relevancia.
Por aquellos días, resultaba difícil llamar la atención de los medios con información científica estructurada como una descripción sistemática de los estudios que se iban conociendo en materia ambiental, y las repercusiones que esto podía tener para la vida como la conocemos. Por este motivo, los científicos y divulgadores recurrieron a métodos de comunicación más efectivos, que se adaptaban mejor a la forma en como los medios concebían y difundían las noticias. Con el tiempo, se percataron que aquellas informaciones expresadas en clave catastrófica, orientadas a generar un estado de alerta y reacciones frente a los hechos que se iban descubriendo, tenían más repercusión y eran retransmitidas con mayor énfasis en los medios de comunicación, que aprovechaban para realizar un tratamiento mediático sensacionalista y catastrofista.
Esta vía de instauración y posterior masificación de la información relativa al cambio climático en la agenda mediática tuvo dos consecuencias fundamentales, una positiva y otra mas bien negativa: la vertiente positiva pasa por el hecho de que, efectivamente, el cambio climático, la crisis ecológica y, con el paso del tiempo, una gran mayoría de aspectos vinculados directa o indirectamente al medio ambiente lograron insertarse de forma masiva en los debates políticos y sociales, generando distintas sensaciones, percepciones y preocupaciones en torno al problema, lo que vemos con mayor notoriedad en nuestros tiempos más que en cualquier otra época. Por otra parte, la arista negativa tiene que ver con el modelo comunicacional mediante el cual esta problemática logró posicionarse de tal manera en la agenda mediática, utilizando el miedo y el catastrofismo como recursos principales para transmitir sus postulados. Este proceso trajo consigo un fuerte impacto para la ciudadanía en términos mediáticos, pero también cognitivos en cuanto a cómo se percibe, procesa y asume el problema.
Este fenómeno se materializó fuertemente tras la publicación en abril de 2006 de la portada a la que hacíamos referencia al inicio. Esa portada de la revista Time ha sido una de las más vistas en toda la historia de la publicación, teniendo un efecto notorio en las percepciones sociales y cognitivas del cambio climático, hasta el punto de que a día de hoy mucha gente al pensar o escuchar el termino cambio climático inmediatamente lo asocia con la imagen mental de un oso polar en condiciones vulnerables, incluso aunque vivan en un país de clima tropical o mediterráneo donde ese tipo de fauna no existe, como es el caso de España. Esto nos lleva a concluir que la forma en que las situaciones relativas a la crisis ecológica se insertaron en la psiquis de millones de personas pasa por el miedo, la catástrofe, y una sensación abrumadora de estar afrontando un problema sin solución.
Como sabemos, el miedo suele dar paso a dos comportamientos muy marcados, aunque bien diferenciados: por un lado, el miedo genera paralización e inmovilismo frente a situaciones adversas, lo que en este caso se aprecia en esa sensación sobrecogedora de estar frente a un hecho que está muy por encima de nuestras capacidades para ser tratado como corresponde. Por otro lado, ocurre exactamente lo contrario. El miedo también es capaz de generar desesperación, actitudes reaccionarias y, en el plano político, derivas autoritarias que conllevan a una ausencia de rigor para abordar el problema y sus soluciones, lo que se expresa en una corriente negacionista que observamos en políticos como Jair Bolsonaro, Donald Trump y Santiago Abascal.
Por ello, en una nueva era marcada por la abundancia de información en la que los canales de comunicación han mutado de tal manera hasta formar parte de nuestra vida cotidiana, parece necesario plantear un nuevo modelo de comunicación de la crisis ecológica. Este modelo debería alejarse del miedo y la catástrofe para presentar la emergencia climática como una oportunidad para una transformación sustantiva de la economía y el modelo energético, el modelo productivo y de empleo, los cuidados, y, finalmente, la vida en sociedad.
Modelos de comunicación del Cambio Climático
Si revisamos lo que han sido los modelos hegemónicos de comunicación del cambio climático, no resulta difícil identificar las carencias que muy posiblemente han producido esa dificultad para internalizar el problema en las distintas escalas de la sociedad y para generar discursos políticos con una orientación más propositiva.
En primer lugar, aparece el modelo denominado “inspiración con información”, que se enfocó en cubrir el déficit de información sobre la crisis climática, asumiendo erróneamente que mientras más información fluyera hacia la esfera pública, equivaldría automáticamente a una mayor comprensión del problema.
Si bien existe una correlación moderada entre el nivel de información y conocimiento sobre las causas del cambio climático con la implicación o, por lo menos, con el entendimiento de la magnitud del problema, existe también evidencia de que más y mejor entendimiento del problema no deriva necesariamente en un aumento de la toma de conciencia, menos aún en un mejor entendimiento de las posibles soluciones. De hecho, el exceso de información catastrofista, que ha sido la norma, y la ausencia de planteamientos concretos conducen a una sensación de fatiga apocalíptica.
Luego, tenemos el modelo de divulgación científica, catalogado en la academia como “la misma talla para todos”, dando a entender que un modelo de comunicación uniforme, homogéneo y basado netamente en contenidos científicos podría ser más efectivo.
Este modelo, si bien emergió como el ideal en un principio, no toma en cuenta una serie de cuestiones ineludibles que dificultan enormemente su éxito. Por una parte, sabemos que los hechos científicos y el tener razón no juegan necesariamente a favor de quienes estén intentando insertar un relato o transmitir determinada idea, mucho menos en política.
Podemos apreciar el mejor ejemplo de ello con los últimos informes del IPPC de la ONU, cada vez más certeros en sus diagnósticos y más claros en cuanto a la urgencia de la situación climática, pero que parecen no traducirse en una acción política decidida. Por otra parte, información excesivamente técnica puede ser complicada de asumir e interpretar para una gran mayoría social, no solo por su contenido, sino también porque no logre conectar con los afectos de la gente, que procesa la información a través de sus sesgos y desecha aquello que no resuene con sus particularidades, valores, creencias, etc.
Sabemos que los hechos científicos y el tener razón no juegan necesariamente a favor de quienes estén intentando insertar un relato o transmitir determinada idea, mucho menos en política.
Por último, el modelo de “movilización a través del miedo”, al que hacíamos referencia al principio como el más institucionalizado en los medios y el que finalmente moldeó el relato dominante del cambio climático.
Además de las consecuencias ya mencionadas, el principal problema del miedo como catalizador de la comunicación de la crisis ecológica es que las cuestiones que captan la atención (predicciones del colapso, consecuencias graves e irreversibles, desastres naturales) no suelen ser las mismas que movilizan para la acción. Numerosos estudios han documentado que, generalmente, las audiencias muestran una actitud de rechazo hacia las apelaciones al miedo, siendo las audiencias conservadoras las que más rechazo suelen expresar ante estos métodos.
El reto discursivo en España
En este orden de ideas, el reto en España pasa por articular un discurso político lo suficientemente convincente, transversal y que conecte con las distintas sensibilidades que orbitan en torno a la ecología política. Nada fácil, tomando en cuenta que este espectro abarca desde el ecologismo social de base hasta la postura liberal de la ecología, más enmarcada en la hipótesis “post-materialista” de Inglehart.
Hoy en día, aunque desde algunos sectores críticos no la asuman como tal, la crisis ecológica es una problemática cargada de una materialidad radical. No se trata solo del agotamiento de recursos y el socavamiento de las bases materiales que sostienen la vida, sino también de una afectación desigual del problema en términos de clase y territorialidad.
Dicho de otra manera, aquellos sectores sociales más vulnerables, situados mayoritariamente en el sur global, padecerán con mucha más fuerza los impactos del cambio climático y sus consecuencias.
Partiendo de esta comprensión profundamente material del problema, puede ser beneficioso no descartar las visiones de una parte de la población que aun trata la cuestión como hecho “post-material” y que no se caracteriza por una conciencia tan militante de la cuestión. Es importante jugar también en este terreno para poder atraer a estos sectores hacia posiciones más ambiciosas, potenciando la irrupción de una propuesta transformadora con vocación de mayorías.
Según una encuesta publicada en julio de 2019 por el Real Instituto Elcano, la población española percibe con gran preocupación el cambio climático, considerándole de forma espontánea la principal amenaza medioambiental a la que se enfrenta el mundo en la actualidad. En la misma línea, la encuesta arroja que aun 56% de los españoles estaría dispuesto a pagar más impuestos para financiar políticas ecologistas.
El estudio también señala que el origen sociodemográfico e ideológico influye mucho en las opiniones y actitudes, resaltando que en todos ellos dominan los que mantienen posiciones ecologistas, incluso entre las personas mayores, de derechas, rurales, desempleadas, amas de casa y de bajo nivel educativo.
56% de los españoles estaría dispuesto a pagar más impuestos para financiar políticas ecologistas.
Estos datos son significativos y, entre otras apreciaciones, deberían ser tomados en cuenta para identificar sectores no necesariamente alineados con el ecologismo de izquierdas, pero con cierta conciencia que les conlleve a volcar hacia el tema ambiental sus principales dolores, sean de la tendencia u origen que sean.
Profundizando en el contexto español y los discursos políticos que hemos venido observando, surgen algunas experiencias que han servido para construir un nuevo significado compartido sobre aspectos relativos a la crisis ecológica y que, en algunos casos, incluso han llegado a materializar el tan anhelado nuevo sentido común que está permanentemente en disputa.
Desde hace algunos meses escuchamos como la España Vacía, ese Mundo Rural que representa el 53% del territorio español y donde apenas vive un 5% de la población, nunca fue realmente tal cosa. Y es que esta porción del territorio no nació vacía ni se vacío por sí sola, sino que lo ha hecho como resultado de una serie de procesos que han derivado en la situación que se vive hoy en día en estos sectores. Por lo tanto, no hablamos realmente de una España Vacía, sino de una España Vaciada que sigue inmersa en este éxodo viendo como cada día más vecinos se van sin que otros lleguen.
Esta variación de “vacía” a “vaciada” provoca un cambio de percepción muy potente. El término España Vacía transmite una sensación de desolación, desesperanza y de una situación irremediable. Mientras que el termino España Vaciada añade un cierto sentido de agencia, de un problema que está ocurriendo ahora mismo y que podría ser tratado si existe la voluntad para ello. Poco a poco, el debate sobre el futuro del Mundo Rural y la España Vaciada ha ido tomando más fuerza, hasta el punto de considerarse la posibilidad de crear una nueva cartera ministerial solo para esta materia, o, en el peor de los casos, de asumirlo como un reto de Estado que debe ser abordado con todos los recursos y la voluntad posible. Este giro discursivo ha tenido mucho que ver con esto.
Veamos ahora el ejemplo de la que ha sido la política pública ecologista más ambiciosa de los últimos años en España, especialmente tratándose de una medida impulsada desde un gobierno local, y cómo logró posicionarse apoyada en un amplio respaldo ciudadano que, por el momento, ha logrado impedir que sea revertida por parte de la nueva administración.
En septiembre de 2017, el Ayuntamiento de Madrid aprobó en Junta de Gobierno un plan de acción denominado Plan A de Calidad del Aire y Cambio Climático, que contenía una medida que cambiaría la forma de ver, habitar y vivir la ciudad de Madrid. Esta medida anunciaba la creación de una zona de bajas emisiones, en línea con otras grandes ciudades de Europa, alcanzando 472 hectáreas del distrito centro de Madrid para priorizar a los peatones, el uso de la bici y el transporte público. Así fueron los primeros pasos de Madrid Central.
La ciudadanía acogió con un enorme apoyo la implementación de esta política […] haciendo suya una premisa fundamental: queremos y podemos vivir en una ciudad más limpia, saludable y sostenible.
Después de más de un año desde la aprobación del Plan, y de un sinfín de campañas del terror orientadas a provocar el fracaso de esta medida, el 30 de noviembre de 2018 Madrid Central entraba en vigor. No exenta de polémica y ante cierta incertidumbre generada por sectores reaccionarios, la ciudadanía acogió con un enorme apoyo la implementación de esta política, sumando fuerzas a ese cambio que se proponía desde el consistorio y haciendo suya una premisa fundamental: queremos y podemos vivir en una ciudad más limpia, saludable y sostenible.
Que esto haya sido así no responde a una casualidad, sino a una manera de transmitir y comunicar una propuesta compleja en su origen, y por lo tanto compleja de dar a entender, de una forma que realmente lograra conectar con las preocupaciones de la gente, dejando clara la solvencia técnica que permitiría su viabilidad para aplicarse en el tiempo vivible y haciendo alusión a elementos muy transversales, o núcleos de buen sentido en términos gramscianos.
Inés Sabanés, una de las principales impulsoras de esta propuesta que se dedicó a explicar el contenido de la misma en cada aparición mediática que tuvo, proyectó una elaboración discursiva sencilla, sin tintes de grandilocuencia y muy enfocada a los elementos concretos que se pretendía abordar.
En ese sentido, las ideas fuerza que sirvieron como columna vertebral del discurso se centraban en aspectos como la mejora y reapropiación del espacio público, la mejora de la calidad de aire y la salud de la ciudadanía, oportunidades para situarnos en línea con Europa y modernizar la ciudad.
Como vemos, no se mencionan expresamente elementos de preocupación, sino un énfasis en la mejora de la calidad de vida. Salvo la estadística de muertes anuales por contaminación del aire (evidentemente necesaria de poner sobre la mesa), no hubo apelaciones al miedo ni al colapso, sino a cuestiones realmente básicas para las mayorías sociales.
Una vez instalado el nuevo gobierno municipal, encabezado por un Partido Popular cada vez más subordinado a VOX, el alcalde Martínez-Almeida anunciaba que una de sus primeras acciones sería cumplir con uno de sus compromisos de campaña, revertir Madrid Central. La respuesta ciudadana fue inmediata. Movimiento ecologista, organizaciones sociales, hasta una Plataforma en Defensa de Madrid Central creada al calor de los acontecimientos junto a miles de vecinos y vecinas de Madrid salieron a la calle a defender Madrid Central, no por ideología ni por una convicción puramente ecologista, sino por una sensación generalizada de que nos estaban quitando algo que nos había aportado mucho en poco tiempo, nos estaban quitando calidad de vida.
Este hecho demuestra que la forma de comunicar lo que sería Madrid Central y su posterior implementación no solo fue bien recibida, sino que logró crear un nuevo sentido común para el cual lo normal no eran los atascos y la boina negra cubriendo el cielo de Madrid, sino la peatonalización, la movilidad sostenible, el aire limpio y la salud de los nuestros.
Este parece ser el camino a seguir, asumiendo que la política mediática y la comunicación política no deben limitarse a campañas electorales ni selectivas, sino que deben ser un ejercicio constante por parte de los actores políticos. En el contexto de la COP25, celebrándose en Madrid por estos días, se abre un nuevo campo de acción para la disputa por insertar nuevos relatos que permitan ampliar el estrecho marco que nos deja la tensión entre el fatalismo y la retórica identitaria.