Por Jaume Montés Mora

A principios de los años 80, unos meses después de llegar al poder, Margaret Thatcher anunció su ya famoso “No Hay Alternativa”; dos décadas más tarde, el Foro Social Mundial declaraba que “Otro Mundo es Posible”. Así comienza el sociólogo estadounidense Erik Olin Wright el manuscrito How to be an Anticapitalist for the 21st century, una serie de borradores en los que plantea diferentes formas de ser y actuar anticapitalistas para el siglo XXI, muchas de ellas contrarias a la tradición marxista clásica, y que pretenden constituir un nuevo paradigma en la superación del sistema socioeconómico actual. Wright, nacido en Berkeley, California, en 1947, es un neomarxista que pertenecía al llamado “grupo de septiembre”, formado, entre otros, por Gerald A. Cohen, John Roemer, Joe Elster, Adam Przeworski y Philippe van Parijs. Este grupo de científicos sociales, fundamentales para entender las nuevas aportaciones al pensamiento marxista durante la década de los 80, se regían por el principio Non-Bullshit Marxism (“Marxismo Sin Mierda”) y se encuadraban dentro de la corriente del marxismo analítico, una aproximación a las teorías de Marx y Engels que reformula algunas de las nociones marxianas más típicas, como el concepto de explotación, justicia o el mismísimo materialismo dialéctico.

Dicho esto, ¿qué sentido tiene plantear actualmente la superación del sistema capitalista, más aún cuando todas las alternativas han fracasado económicamente o han terminado convirtiéndose en regímenes autoritarios que han violado los derechos y libertades de los ciudadanos? Después de todo, es gracias al capitalismo que hoy en día podemos disfrutar de smartphones, Netflix, juegos de realidad virtual, coches eléctricos, lavadoras, Internet, grandes avances médicos y farmacéuticos, sistemas políticos democráticos, mayor riqueza en todos los países… en definitiva, es gracias al capitalismo que hoy en día podemos disfrutar de nuestro modo de vida. Ahora bien, esta es una historia, la oficial. Aquí viene la segunda parte: el sello distintivo del capitalismo es pobreza en medio de abundancia. Y sí, es verdad que ha habido crecimiento económico, mejoras tecnológicas e índices más altos de productividad, pero también es verdad que el sistema actual agrava las desigualdades, destruye el planeta y solo ofrece trabajos precarios para una gran mayoría social enajenada. Sin embargo, pese a lo que diga la ex Primera Ministra británica, es posible alcanzar los niveles de productividad, innovación y dinamismo que vemos en el capitalismo y, al mismo tiempo, evitar sus grandes males (y no, no hablamos de repetir algo parecido al fracasado estatismo que asoló muchos países durante largas décadas del siglo pasado). Sin ir más lejos, este es, probablemente, el argumento central de las aportaciones de Erik Olin Wright a la lucha anticapitalista: que “otro mundo es posible”. Un mundo que mejore las condiciones de vida de la gente, cuyos elementos ya han sido creados y que existen diferentes formas de alcanzarlo.

Diagnóstico y crítica del sistema capitalista

El término “capitalismo” tiene muchísimas interpretaciones en la perspectiva académica actual. Wright, no obstante, lo entiende como una economía de mercado (teniendo en cuenta que cualquier sistema económico, ya sea capitalista, estatista o cooperativista, siempre es “de mercado” en tanto que se trata de una dimensión en la que se coordinan una serie de intercambios voluntarios, ofertas, demandas y precios) combinada con una determinada estructura social en la que hay, como mínimo, dos clases enfrentadas. Así pues, dicha elaboración del concepto permite romper con el falso mito según el cual la alternativa al capitalismo elimina la economía de mercado, pues es posible tener mercados en los que los medios de producción estén en manos del Estado o sean gestionados por los propios trabajadores. La característica principal del capitalismo no es otra, pues, que el modo por el cual los propietarios del capital ejercen su poder a través de las empresas y el sistema económico, entendiendo ambos como un todo.[1] Sin embargo, dondequiera que el capitalismo exista, aparecen descontentos que adoptan una u otra forma, ya sea a través de una ideología clara y rupturista que analiza las causas y las posibles soluciones a dicho sistema socioeconómico, ya sea a través de la lucha sindical o la resistencia individual.

Wright identifica dos tipos de motivaciones que juegan un papel fundamental en la lucha anticapitalista: los intereses de clase y los valores morales. En otras palabras, podemos oponernos al capitalismo porque daña los intereses materiales de nuestra clase social o porque ofende un conjunto de valores morales que nos parecen importantes. Ahora bien, aun cuando es verdad que todavía hay mucha gente que tiene sus intereses de clase bien definidos (directores ejecutivos de corporaciones multinacionales o trabajadores precarios con contratos temporales), la complejidad del capitalismo actual ha provocado que haya grupos de personas cuyos intereses de clase no estén tan delimitados y, por tanto, no tengan una postura clara de oposición al capitalismo. Es lo que el sociólogo norteamericano llama “posición contradictoria de clase”, es decir, individuos que no poseen los medios de producción pero explotan (el típico mánager de cualquier gran empresa) o al revés, individuos que poseen los medios de producción pero no explotan a sus trabajadores (el pequeño autónomo propietario de un restaurante), lo cual nos lleva a una nueva definición de lo que hoy en día llamaríamos “clase trabajadora”: aquella que no posee los medios de producción y no es autónoma en su trabajo. Además, tampoco se ha cumplido la pauperización y homogeneización creciente de la clase obrera prevista por el marxismo clásico, que acabaría provocando su toma de conciencia (pasar de “clase en sí” a “clase para sí”) y, en consecuencia, su firme y rápida oposición al capitalismo. De hecho, ha ocurrido todo lo contrario, cosa que evidencia el error cometido por muchos marxistas al creer que es suficiente con mostrar que el capitalismo daña los intereses de las masas y que no hace falta demostrar que es un sistema intrínsecamente injusto.[2]

Así pues, una perspectiva anticapitalista para el siglo XXI no puede basarse únicamente en los intereses materiales de clase, sino que también debe estar fundamentada en ciertos valores morales, debido principalmente a tres elementos: (1) la ya comentada posición contradictoria de clase, por lo que su (necesaria) inclinación a apoyar iniciativas anticapitalistas dependerá, en parte, de construir una coalición en torno a valores morales y no solo en torno a intereses de clase; (2) el hecho de que las acciones de la mayor parte de la gente estén motivadas por preocupaciones morales y no solamente por intereses económicos, incluso entre aquellos que tienen bien definida su posición social (es paradigmático el caso de Friedrich Engels, hijo de un próspero industrial textil renano pero que contribuyó al desarrollo de algunas de las teorías anticapitalistas más importantes de toda la historia); y (3) la claridad de valores es esencial para pensar en la conveniencia de las diferentes alternativas, ya que no se trata solamente de analizar lo que está mal, sino también de plantear lo que es deseable. Wright propone tres grupos de valores que deben ser centrales en la crítica moral del sistema capitalista: igualdad/justicia, democracia/libertad y comunidad/solidaridad, que están muy relacionados, tal y como se puede ver, con los tres grandes ideales de la Revolución francesa (liberté, egalité, fraternité). Sin embargo, aunque estos valores tengan una importante carga significativa y muy poca gente esté abiertamente en contra de la democracia, la libertad o determinadas formas de igualdad, todavía hay muchos que rechazan rápidamente el contenido real de dichas palabras.

En primer lugar, en cuanto a la idea de igualdad/justicia, el sociólogo americano propone que “en una sociedad justa, todas las personas deberían tener igual acceso a los medios sociales y necesarios para vivir una vida próspera”[3]. Así pues, se establece una clara diferencia entre la “igualdad de acceso” y la “igualdad de oportunidades”, pues es necesario evidenciar que no puede haber igualdad real sin acceder a dichos medios sociales y materiales. De hecho, la idea misma de “igualdad legal” que surge del Estado liberal deviene insuficiente para garantizar la igualdad de oportunidades, de forma que el principio según el cual hay que garantizar cierta “igualdad inicial” (“velo de la ignorancia” de John Rawls) y, a partir de ahí, dejar libertad de actuación -socioliberalismo- se demuestra falso. En definitiva, las personas tenemos una serie de demandas que son necesarias para vivir una “vida próspera”, por lo que en una economía de mercado esto supone el acceso a diferentes niveles de ingresos que nos permitan alcanzar estas demandes; en otras palabras, el célebre principio marxista “de cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades”. Sin embargo, el capitalismo genera inherentemente un acceso desigual a las condiciones materiales necesarias para vivir una vida próspera, consecuencia de: (1) la relación capital-trabajo, es decir, la existencia de mayor demanda que de oferta de trabajo, agravada por la globalización y que genera explotación; (2) los elementos de competitividad y riesgo intrínsecos al mercado capitalista, o sea, la división entre winners y losers; y, finalmente, (3) el crecimiento económico desmedido y la revolución tecnológica, que provocan la destrucción de puestos de trabajo pero, contrariamente al devenir histórico, no están fomentando la creación de nuevos.[4]

Segundo: democracia/libertad. “En una sociedad plenamente democrática, todas las personas deberían tener igual acceso a los medios necesarios para participar en decisiones sobre cuestiones que afectan a sus vidas”[5]. Wright junta ambos conceptos porque, a pesar que las democracias occidentales son fruto de la tensión constante entre su tradición liberal (que habla de libertades individuales, Estado de derecho…) y su tradición democrática (que se refiere a igualdad, soberanía popular…), es esa misma tensión la que permite alcanzar plenos valores democráticos. El capitalismo, en cambio, actúa en contra de estos valores, ya que muchas veces no hay control democrático sobre decisiones que afectan a un gran número de personas, existen presiones sobre la autoridad pública por parte de los capitalistas, la gente con recursos tiene mayor acceso al poder político que la gente que tiene menos, las empresas capitalistas están organizadas como dictaduras, la desigualdad material provoca desigualdades en lo que P. van Parijs llama “verdadera igualdad”, etc.[6]

Finalmente, la comunidad/solidaridad deber ser el tercer valor moral fundamental en la lucha anticapitalista: “comunidad/solidaridad expresa el principio según el cual las personas deberían cooperar unas con otras no solo porque se benefician personalmente, sino por el compromiso con los demás y el sentimiento de que es lo que se debe hacer”[7]. Más allá de algunas diferencias entre las dos categorías, la idea de solidaridad/comunidad ha estado intrínsecamente ligada a nuestros preceptos religiosos (“ama al prójimo como a ti mismo”, “no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti”), aparte de que es completamente necesaria para maximizar los valores de democracia e igualdad. Ahora bien, el sistema socioeconómico actual actúa en completa oposición a dicha idea, ya que ¿acaso no fomenta la avaricia y el miedo, el individualismo competitivo y el consumismo privatizado?

Construyendo utopías reales: variedades de anticapitalismo para el siglo XXI

Según Erik Olin Wright, existen cuatro grandes lógicas estratégicas particularmente importantes en la lucha anticapitalista, a saber, superar el capitalismo (smashing capitalism), reformar el capitalismo (taming capitalism), resistir el capitalismo (resisting capitalism) y escapar del capitalismo (escaping capitalism).[8]

La superación del capitalismo parte del hecho que el sistema socioeconómico, una vez analizadas las injusticias que provoca, no es reformable, por lo que debe ser erradicado y sustituido por uno nuevo en el que los ideales de justicia, democracia y solidaridad estén plenamente satisfechos. Por este motivo, es innegable que la superación del capitalismo bebe fundamentalmente de las aportaciones del filósofo, sociólogo y economista Karl Marx, completadas y modificadas de distinta forma a lo largo del tiempo por Lenin y Gramsci, entre muchísimos otros. Así pues, el marxismo revolucionario ha impregnado varias de las luchas que se han ido sucediendo durante el siglo XX, aunque la mayoría de ellas, pese a superar en algunos aspectos muchos de los grandes males que el modelo actual comporta, no supusieron (ni mucho menos) la emancipación de la mayoría social, sino que terminaron convirtiéndose en regímenes autoritarios que coartaban los más básicos derechos humanos.[9]

Por otro lado, la reforma del capitalismo ha ido asociada a lo que el historiador Eric Hobsbawm llama “Edad de oro” del sistema capitalista. Siendo sus máximos exponentes la socialdemocracia europea y sus políticas keynesianas, imprescindibles para la construcción de los Estados del bienestar, entre 1945 y 1973 se vivió uno de los períodos en el que los valores de igualdad, democracia y solidaridad alcanzaron su mayor plenitud a través de la neutralización de los grandes daños provocados por el capitalismo, esto es: (1) mejora de la salud, incremento de la renda y plena ocupación consecuencia de la creación de un sistema de seguridad social; (2) provisión de bienes públicos financiados con un fuerte sistema impositivo; y (3) internalización de las externalidades provocadas por la actuación de los capitalistas (contaminación, comportamiento laboral depredador…). Sin embargo, cabe remarcar que dichas medidas no acababan con el capitalismo, sino que solamente lo reformaban en tanto que dicha reforma era necesaria para la supervivencia misma del sistema ante la amenaza de una posible revolución comunista. Con la llegada de las ideas de Friedrich von Hayek, Milton Friedman y los jóvenes de la Escuela de Chicago, pero, la estrategia reformista entra en un ciclo de crisis constantes que culminaron con la Gran Recesión subsiguiente a la caída de Lehman Brothers en 2008.[10]

Las lógicas estratégicas de resistir y escapar al capitalismo, aun cuando se centran más en el ámbito microsocial que en el macroestatal, también han tenido (y tienen) su parte importante en la lucha que nos ocupa. Por ejemplo, la resistencia al sistema imperante ha sido liderada, eminentemente, por la sociedad civil, de modo que está estrechamente vinculada a los valores de comunidad y solidaridad. Además, suele estar impulsada por identidades que van más allá de la de clase social, como la etnia, la religión, el género, la orientación sexual… Mientras, escapar al capitalismo constituye la más antigua forma de evadirse de la realidad, totalmente alejada de ideologías sistematizadas y ya cristalizadas. Muchos autores consideran que realmente no constituye una verdadera estrategia relacionada con el anticapitalismo, sino una vertiente más del free rider liberal. Ahora bien, se trata de la lógica que ha inspirado la actuación de distintos colectivos, como, por ejemplo, el movimiento hippie de los años 60, las comunidades religiosas amish o la familia de Viggo Mortensen en la película Captain Fantastic (Matt Ross, 2016).[11]

Sin embargo, según Olin Wright, estas cuatro estrategias (véase Tabla 1) no constituyen compartimentos estancos, sino que pueden y deben combinarse unas con otras. Por ejemplo, los Partidos Comunistas del siglo XX combinaban la superación del capitalismo con su resistencia; la socialdemocracia y el movimiento laborista, la reforma y la resistencia; los movimientos sociales, la resistencia y la escapada; etc. Pero la aportación del sociólogo estadounidense no pasa por la repetición de estos patrones, sino por la asunción de un nuevo paradigma en la lucha anticapitalista. Wright apuesta por lo que él llama “erosionar el capitalismo” (eroding capitalism), una configuración estratégica basada en la combinación de reforma, resistencia y escapada que permite poner en práctica modos de actuación basados en los valores de igualdad, democracia y solidaridad que hemos analizado más arriba: producción y distribución de bienes y servicios por parte del Estado, cooperativas dirigidas por los propios trabajadores, Renta Básica Incondicional, economía del bien común, redes colaborativas P2P, software libre… Algunas de estas medidas pueden ser directamente anticapitalistas o, sencillamente, no capitalistas. Al fin y al cabo, uno debe partir de la evidencia histórica que el capitalismo no será derribado de un día para otro, asalto al Palacio de Invierno incluido, sino que su superación hacia un sistema un poco más justo y democrático solo pasará por un proceso gradual transcendente en el tiempo. De hecho, tan solo hay que mirar el paso del feudalismo al capitalismo: no hubo una revolución que arrasó con todo lo anterior; no fue otra cosa más que un proceso de erosión.[12]

 

 

Decía Gramsci que “somos pesimistas debido a nuestra inteligencia, pero optimistas debido a nuestra voluntad”. Sin embargo, también necesitamos un poco de optimismo intelectual para sostener el optimismo de la voluntad. El neoliberalismo se acaba. El calentamiento global y la destrucción de puestos de trabajo nos conducen a una ventana de oportunidad que debe ser aprovechada por aquellos que buscamos, deseamos y necesitamos un cambio. Un cambio que debe fundamentarse en valores igualitarios, democráticos y solidarios, mas no se trata de configurar una vanguardia que guíe dicho proceso y que construya un mundo nuevo sobre las cenizas del viejo. Esto va de luchar por algo que permita, a fin de cuentas, superar un sistema intrínsecamente injusto. Erik Olin Wright nos da algunas de las claves. ¿Quiénes serán, pues, los sujetos que encabezará la lucha anticapitalista en el siglo XXI?

[1] Wright, Erik Olin (2016) “Cap. I: ¿Por qué ser anticapitalista?”, How to be an Anticapitalist for the 21st century. pp. 2. Disponible en: <https://www.ssc.wisc.edu/~wright/Sydney%20seminar%202016/Chapter%201%20%20-%20Why%20be%20an%20anticapitalist%20-%20draft%202.0.pdf>.

[2] Ibíd. pp. 3

[3] Ibíd. pp. 4.

[4] Ibíd. “Cap. II: Diagnóstico y crítica del capitalismo”. pp. 1-2.

[5] Ibíd. “Cap. I: ¿Por qué ser anticapitalista?”, pp. 7.

[6] Ibíd. “Cap. II: Diagnóstico y crítica del capitalismo”. pp. 3-4.

[7] Ibíd. “Cap. I: ¿Por qué ser anticapitalista?”, pp. 8.

[8] Ibíd. “Cap. III: Variedades de anticapitalismo”. pp. 1.

[9] Ibíd. pp. 2-3.

[10] Ibíd. pp. 3-6.

[11] Ibíd. pp. 6-7.

[12] Ibíd. pp. 7-12.