Recientemente leí La genealogía de la moral, de Friedrich Nietzsche. Es ésta la obra (o una de ellas) que los ideólogos nazis aprovecharon y tergiversaron para alinear a Nietzsche con su proyecto racial-político, sobre todo con esas salidas del pensador hablando de “la bestia aria”, o con sus ataques a hebreos, comunistas y socialistas (por lo menos en el primer tratados). Es curioso, porque en los dos siguientes tratados, Nietzsche critica a los antisemitas por ser “resentidos”, “bocazas de la moral”, y cito:

[…] no soporto los sepulcros blanqueados que parodian la vida; no soporto a los fatigados y acabados que se envuelven en sabiduría y miran objetivamente; no soporto a los agitadores ataviados de héroes, que colocan el manto de invisibilidad del ideal en torno a ese manojo de paja que es su cabeza; no soporto a los artistas ambiciosos, que quisieran representar el papel de ascetas y de sacerdotes y que no son en el fondo más que trágicos bufones; tampoco soporto a ésos, a los recentísimos especuladores en idealismo, a los antisemitas, que hoy entornan sus ojos a la manera del hombre de bien cristiano-ario y que intentan excitar todos los elementos del animal cornudo propios del pueblo mediante un abuso, que acaba con toda paciencia, del medio más barato de agitación, la afectación moral… (Nietzsche, p. 181, en La genealogía de la moral)

Por no mencionar el hecho de que en el capítulo XVII del segundo tratado se presenta ese origen de la “mala conciencia” en el Estado creado por esa “horda cualquiera de rubios animales de presa”. Dice Nietzsche con respecto a estos “animales arios”:

No es en ellos en donde ha nacido la «mala conciencia», esto ya se entiende de antemano, -pero esa fea planta no habría nacido sin ellos, estaría ausente si no hubiera ocurrido que, bajo la presión de sus martillazos, de su violencia de artistas, un ingente quantum de libertad fue arrojado del mundo, o al menos quedó fuera de la vista, y, por así decirlo, se volvió latente. Ese instinto de la libertad, vuelto latente a la fuerza -ya lo hemos comprendido- ese instinto de la libertad reprimido, retirado, encarcelado en lo interior y que acaba por descargarse y desahogarse tan sólo contra sí mismo: eso, solo eso es, en su inicio, la mala conciencia.(Nietzsche, p. 99, en La genealogía de la moral)

Es decir, esa mala conciencia que tienen los cristianos, los ascetas y el pueblo en general; la culpabilidad que se introduce como un veneno en la mente del rebaño, guiado por los sacerdotes; ese nihilismo, el desprecio por la vida, el odio y el resentimiento al bello y fuerte, nace precisamente por aquellos que fueron derrotados por “Israel” (“Roma se arrodilla hoy ante tres judíos”), por la organización, por la forma que crean los poderosos, por esa creación artística… el Estado. Él sin embargo afirmará que es la llegada del Dios cristiano justamente la llegada del mayor sentimiento de culpa, pero me quedo personalmente con esa visión más materialista arriba expuesta.

Bien. Más allá de estos apuntes con respecto al señor Nietzsche y toda la controversia que propaga su persona, su literatura, me llamó la atención algo que trata en el tercer tratado, titulado: “¿Qué significan los ideales ascéticos?” En éste se trata tanto las actitudes ascéticas de artistas, filósofos y sacerdotes, el origen de dichas actitudes, y a partir del capítulo XXIII, se introduce la ciencia, a los científicos y a la actitud científica ante la vida como elemento puesto en duda (se pone en duda, pues, el positivismo).

Antes de pasar a la temática y crítica de lo científico en sí, me gustaría apuntar algo que dice el pensador en el segundo tratado:

Suponiendo que entre tanto hayamos iniciado el movimiento inverso, sería lícito deducir, con no pequeña probabilidad, de la incontenible decadencia de la fe en el Dios cristiano, que ya ahora se da un considerable decadencia de la consciencia humana de culpa: más aún, no hay que rechazar la perspectiva de que la completa y definitiva victoria del ateísmo pudiera liberar a la humanidad de todo ese sentimiento de hallarse en deuda con su comienzo, con su causa prima. El ateísmo y una especie de segunda inocencia se hallan ligados entre sí. (Nietzsche, p. 104, en La genealogía de la moral)

Y también más adelante:

El ateísmo incondicional y sincero […] no se encuentra, según esto, en contraposición a aquel ideal, como primera vista parece; antes bien, es tan sólo una de sus últimas fases de desarrollo, una de sus formas finales y de sus consecuencias lógicas internas (Nietzsche, p. 183, en La genealogía de la moral)

Como se ve, esa desconfianza en el progreso, esa sospecha de que lo ateo (y como veremos a continuación, lo científico), está muy presente en Nietzsche y en su crítica a la sociedad moderna, burguesa. Las vinculaciones con Žižek y Marcuse (por poner dos ejemplos, de los que tengo más constancia) en sus respectivas críticas al progreso capitalista o a la sociedad unidimensional son (o pueden ser) bastante claras, enraizadas, tal vez, en esta primigenia sospecha del filólogo. Dejo por aquí un artículo que escribí en mi antiguo blog con respecto a la fe en la actualidad: El heredero de Dios. Dejo también este otro, relacionado con las nuevas tecnologías: Uno se divide en dos: Internet.

No sólo en La genealogía de la moral encontramos esa crítica tenaz a la civilización burguesa europea y a su progresivo nihilismo, en El nacimiento de la tragedia, del mismo autor, también encontramos una suerte de crítica al socratismo cultural (Apolo > Dionisio), a ese arte excesivamente apolíneo, antivital, “educativo”, y en general, a toda esa corriente histórica que ponía la primacía en lo racional en detrimento lo vital, en la ciencia sobre el arte dionisíaco, transformando a las artes musicales en una desgracia (aunque el alemán considera en esa época que Wagner y Beethoven son ejemplos de un revivir dionisíaco. Un “romanticismo” del que luego renegará). Dice Nietzsche:

Confróntese ahora con esto el hombre abstracto, no guiado por mitos, la educación abstracta, las costumbres abstractas, el derecho abstracto, el Estado abstracto: recuérdese la divagación carente de toda regla, no refrenada por ningún mito patrio, de la fantasía artística: imagínese una cultura que no tenga una sede primordial fija y sagrada, sino que esté condenada a agotar todas las posibilidades y a nutrirse mezquinamente de todas las culturas – eso es el presente, como resultado de aquel socratismo dirigido a la aniquilación del mito. Y ahora el hombre no-mítico está, eternamente hambriento, entre todos los pasados, y excavando y revolviendo busca raíces, aun cuando tenga que buscarlas excavando en las más remotas Antigüedades. El enorme apetito histórico de la insatisfecha cultura moderna, de coleccionar a nuestro alrededor innumerables culturas distintas, el voraz deseo de conocer, ¿a qué apunta todo esto sino a la pérdida del mito, a la pérdida de la patria mítica, del seno materno mítico?(Nietzsche, p. 190, en El nacimiento de la tragedia)

Cuando leí esto en lo primero en que pensé fue en el populismo y en esa presencia del mito y de los símbolos como articuladores de cadenas equiv… tal vez escriba sobre esto en otro momento.

Sigamos con ese tercer tratado de La genealogía de la moral. Como ya se ha dicho, en éste se trata el ascetismo. Al principio del capítulo XXIII se pregunta Nietzsche cuál es el antagonista de esta actitud, de este “compacto sistema de voluntad”, de esta interpretación del mundo y de la vida. Al parecer la ciencia debiera ser ese opositor al ascetismo, que no sólo lucha contra él sino que además “se ha enseñoreado ya de él”. La ciencia: “[…] tiene el coraje de ser ella misma, la voluntad de ser ella misma, y hasta ahora se las ha arreglado bastante bien sin Dios, sin el más allá, sin virtudes negadoras“.

Pero esto no es cierto: “la ciencia no tiene hoy sencillamente ninguna fe en sí misma, y mucho menos un ideal por encima de sí -y allí donde aún es pasión, amor, fervor, sufrimiento, no representa lo contrario de aquel ideal ascético, sino más bien la forma más reciente y más noble del mismo“. Curioso. Es decir, la ciencia, para Nietzsche, no tiene por qué ser sinónimo de progreso y de liberación frente la actitud ascética de la existencia, frente a esa vida esclava y repleta culpabilidad; puede ser justamente un pilar de la misma, o si no: “[…]un escondrijo para toda especie de mal humor, incredulidad, gusano roedor, despectio sui [desprecio de sí], mala conciencia, –es el desasosiego propio de la ausencia de un ideal, el sufrimiento por la falta del gran amor, la insuficiencia de una sobriedad involuntaria“.

Esto último me remite a lo que se dice en el Manifiesto Comunista con respecto al papel de la burguesía en su proyecto de modernidad:

Dondequiera que ha conquistado el Poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre a «sus superiores naturales» las ha desgarrado sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre hombres que el frío interés, el cruel «pago al contado». Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta. (Marx & Engels, p. 29, en Manifiesto Comunista)

Y también: La burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las relaciones familiares, y las redujo a simples relaciones de dinero. (Marx & Engels, p. 30, en Manifiesto Comunista)

El capitalismo y las ciencias, la actitud científica, van de la mano… para explotar mejor (la racionalidad tecnológica en el capitalismo no emancipa sino que ata más eficientemente). La ausencia de mitos, la ausencia de lo dionisíaco en la vida (para vincularlo con lo ya mencionado en El nacimiento de la tragedia), esa reconfiguración de lo ascético en lo científico, riega y siembra la sociedad de nihilismo, reproduce a los últimos hombres, conformistas, calculadores, en fin, esclavos. Y hoy día, tal vez para algunos haya espacio  todavía en sus conciencias para el fervore religioso; para el resto, ateos declarados o no, queda la fe en el progreso científico y la alienación profetica ante las mercancías.

Siguiendo en el capítulo XXIV, dice el pensador:

Estos actuales negadores y apartadizos, […] todos estos pálidos ateístas, anticristos, inmoralistas, nihilistas, estos escépticos, […] estos últimos idealistas del conocimiento, únicos en los cuales se alberga y se ha encarnado la conciencia intelectual, -de hecho se creen sumamente desligados del ideal ascético, estos «espíritus libres, muy  libres»: y, sin embargo, voy a descubrirles lo que ellos mismos no pueden ver -pues están demasiado cerca-: aquel ideal es precisamente también su ideal, […] Se hallan muy lejos de ser espíritus libres: pues creen todavía en la verdad (Nietzsche, p. 172-173, en La genealogía de la moral)

Más allá de la concepción de Nietzsche con respecto al conocimiento, la verdad (aunque es pertinente en su crítica) y cuestiones epistemológicas en general, me recuerda esto a lo que he afirmado anteriormente, con respecto a esa fe en que las ciencias van a traer per se el progreso a la sociedad, o lo que dice Žižek en alguna conferencia respecto a científicos como Dawkins, que también ellos tienen fe, pero en el progreso evolutivo

¿Pero qué tiene que ver la verdad, la voluntad de verdad, con los ideales ascéticos y con ese esclavismo moral de la civilización moderna?: “Pero lo que fuerza a esto, aquella incondicional voluntad de verdad, es la fe en el ideal ascético mismo, si bien en la forma de su imperativo inconsciente, no nos engañemos sobre esto, -es la fe en un valor metafísico, en un valor en sí de la verdad“. Y sigue: “No existe, juzgando con rigor, una ciencia «libre de supuestos», […] siempre tiene que haber allí una filosofía, una «fe», para que de ésta extraiga la ciencia una dirección, un sentido, un límite, un método, un derecho a existir. […] Nuestra fe en la ciencia reposa siempre sobre una fe metafísica“.

La crítica de Nietzsche a la ciencia, se resume, en esencia, en esa vinculación con la búsqueda de la verdad, con esa tradición socrática de anteponer el conocimiento sobre la vida, la verdad por encima del bienestar y de los placeres. Dice Nietzsche en El nacimiento de la tragedia con respecto al socratismo:

La forma más noble de aquella otra forma de «jovialidad griega», la alejandrina, es la jovialidad del hombre teórico: ella ostenta los mismos signos característicos que yo acabo de derivar del espíritu de lo no-dionisíaco, – el combatir la sabiduría y el arte dionisíacos, el intentar disolver el mito, el reemplazar el consuelo metafísico por una consonancia terrenal, e incluso por un deus ex machina propio, a saber el dios de las máquinas y los crisoles, es decir, las fuerzas de los espíritus de la naturaleza conocidas y empleadas al servicio del egoísmo superior, el creer en una corrección del mundo por medio del saber, en una vida guiada por la ciencia, y ser también realmente capaz de encerrar al ser humano individual en un círculo estrechísimo de tareas solubles, dentro del cual dice jovialmente a la vida: «Te quiero: eres digna de ser conocida». (Nietzsche, p. 153, en El nacimiento de la tragedia)

Si bien es cierto que, como ya se ha dicho, la crítica a lo científico por parte del alemán está mas ligada a la crítica al ascetismo y a la religión, a la voluntad de verdad, tal vez a instancias que poco tendrían que ver con lo político o ideológico, ¿no proviene, precisamente, ese ascetismo de los débiles, del rebaño que que ha sido dominado por las bestias? Creo que este vídeo (aquí) de Žižek es bastante adecuado a la temática. Cierto es que hoy en día los valores ascéticos y de moralidad rígida están (aparentemente) a la baja, sustituidos por una especie de hedonismo consumista post-político (por lo menos en Europa, y para los que pueden vivir así), con la progresiva destrucción de ese ascetismo. ¿Pero ha significado esto una mayor emancipación?, ¿no sustenta, precisamente, lo (falsamente) dionisíaco que pulula en este hedonismo dirigido (desde arriba) al poder? Diría que los últimos hombres abundan más que nunca en esta nuestra (jamás olvidemos que somos parte de ella) sociedad. Y la “cientificación” del mundo, no es más que un multiplicador del nihilismo existente.

Y las ciencias, aplicadas al mundo del trabajo, esclavizan en mayor medida: recursos humanos, managers, dirección empresarial… muestras de la mecanización del mundo y de las personas. Tal y como dice Marcuse en El hombre unidimensional: “Los esclavos de la sociedad industrial desarrollada son esclavos sublimados, pero son esclavos, porque la esclavitud está determinada no por la obediencia, ni por la rudeza del trabajo, sino por el status de instrumento y la reducción del hombre al estado de cosa“.

Absortos en las redes sociales, con las nuevas tecnologías, siendo dependientes de los perfiles que creamos y de un segundo mundo que puede devenir autónomo, quedamos maniatados y sujetos de una manera más despiadada. Lo científico explota la existencia y nutre al poder.

Para finalizar, menciono una recomendación: La teoría sueca del amor, de Erik Gandini. Es un documental que nos recomendó un profesor de Lectura de textos filosóficos, y, según entendí, se ve reflejada esa cientificación del mundo que tanto repudiaba Nietzsche, la manera en que se “deshumaniza” (no me gusta utilizar este término pero creo que así se entenderá) la vida cuando se priman lógicas científicas o sociales para el progreso individual, vital, etc. en el país escandinavo.