©Foto: Carlos Figueroa, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=83296411
MILAGROS Y OASIS
En febrero de 1992 llegaba a Sevilla, proveniente de las frías aguas del Antártico, un enorme iceberg destinado a ser la joya de la corona del pabellón chileno en la Exposición Universal de ese año. El bloque de hielo pesaba casi 60 toneladas, y fue transportado por un buque de la Armada especialmente refrigerado para la ocasión. Las interpretaciones acerca del mensaje que el Gobierno chileno quería lanzar al mundo son prolijas. La oficial, la expuesta por el propio Patricio Aylwin -Presidente en aquel entonces-, era que así se mostraba la eficiencia y el potencial comercial del país austral con todo el mundo; el director del proyecto afirmaba que, al igual que se podía transportar semejante bloque de hielo, también podían exportarse “productos frescos chilenos […] a cualquier parte del mundo con la misma eficacia”.
Sin embargo, otra lectura de esta muestra de poder nos desvela que, en el fondo, el iceberg no era más que la metáfora perfecta de lo que había sido la transición chilena a la democracia. Inspirada en el caso español -no es casual que se eligiera la Expo’ de Sevilla-, el abandono de la dictadura había tomado más el aspecto de un “traspaso de poderes” que el de una ruptura con el pasado. El iceberg era frío, estático, estéril, un símbolo propio del Norte global con el que Chile mostraba su voluntad de alejarse de los tórridos vientos latinoamericanos y medirse, en cambio, con los países desarrollados en plano de igualdad. De tú a tú.
El iceberg no era más que la metáfora perfecta de lo que había sido la transición chilena a la democracia.
El hielo mostraba además una imagen transparente de Chile; le decía al mundo: “pasen y vean, no tenemos nada que ocultar”. Ni rastro de la sangre derramada años antes en la lucha contra la dictadura, ni rastro de los conflictos que quedaban así negados por el relato oficial de la “transición ejemplar”. Y sin duda, la operación fue un éxito: en todas partes de hablaba de Chile como la “perla” del Sur, el país que pudo superar las luchas intestinas propias del trópico y despertar del sopor de la siesta para seguir la senda modernizadora de Occidente.
EL RESURGIR DE LO SOCIAL
Pasaban los años y el iceberg empezaba a mostrar grietas. La más profunda, la abierta por el movimiento estudiantil, se hizo visible en 2006. El cuestionamiento de un modelo educativo que trasladaba la carga económica a los estudiantes (un estudio conjunto del Banco Mundial y la OCDE mostraba que el precio medio de la matrícula universitaria por año era de 3.400USD) se tradujo en protestas masivas y huelgas prolongadas durante meses. En aquella ocasión, los protagonistas fueron los estudiantes de secundaria; años después, esa misma generación continuó movilizándose, ya en la Universidad.
Los conflictos del Estado con el movimiento estudiantil han sido una constante desde entonces, tanto para gobiernos socialdemócratas como conservadores. Quizás tiene que ver el hecho de que la CONFECH, la mayor organización de estudiantes del país, fue uno de los pocos núcleos asociativos que funcionaron durante la Dictadura y está enraizado profundamente en todos los niveles educativos; quizás influye también el hecho de haberse convertido en unos de los principales instrumentos de la batalla cultural contra el pinochetismo ; probablemente sea una mezcla de ambos y otros muchos factores.
Los conflictos del Estado con el movimiento estudiantil han sido una constante desde entonces, tanto para gobiernos socialdemócratas como conservadores.
Otra gran grieta es la que protagonizan, al sur del país -de donde proviene, precisamente, el iceberg- los pueblos mapuches, no ya contra este modelo concreto de Gobierno, sino contra la forma estatal misma. Desde el retorno mismo de la democracia, las distintas formas de lucha de las organizaciones mapuches han dejado en evidencia al Estado chileno, que no ha encontrado aún una respuesta satisfactoria a la exigencias de reparación de daños y devolución de tierras de estos pueblos. Las condiciones en las que viven los mapuches son claramente desventajosas con respecto al resto de los chilenos: la última encuesta CASEN, que mide la pobreza en los hogares, muestra que esta dobla la media del país en las regiones de la Araucanía y Biobío, principales asentamientos de los mapuches. La Coordinadora Arauco-Malleco es la principal herramienta de lucha, con un brazo armado que opera, sobre todo, en la región de la Araucanía y del Biobío.
ESTALLIDO Y LUCHA
Así llegamos a la última semana. La metáfora del iceberg cambia totalmente de significado, y nos encontramos, de nuevo, ante un gran bloque de hielo que permanecía oculto por un mar de corporativismo institucional y por el negacionismo del conflicto. En este caso, encontramos una “punta”, un detonante que parece inexplicable si no miramos por debajo para descubrir la gran masa de hielo que se esconde debajo. En este caso, el anuncio de un nuevo aumento de los precios del Metro de Santiago. A pesar de que la subida en sí era casi imperceptible (de 1,13$ a 1,17$), se trataba de la vigésima en los últimos 12 años, doblando su precio en un país que no conoce apenas la inflación.
Pero no es solo el precio del metro lo que genera malestar en los chilenos: las pensiones son extremadamente bajas en comparación con los salarios (el 90% de las pensiones no llega siquiera al valor del sueldo mínimo)1, la reforma educativa sigue siendo un tema pendiente , la sanidad pública no da respuesta a las demandas de la población (menos del 6% de los medicamentos innovadores cuentan con algún tipo de cobertura, frente a la media del 70% en los países de la OCDE2)… Como consecuencia del bajo poder adquisitivo, el endeudamiento de los hogares no para de subir, alcanzando cifras alarmantes: los chilenos son los latinoamericanos más endeudados; según Ipsos (2018), el 66% de los hogares chilenos mantienen al menos una deuda, siendo el origen más común las deudas de consumo.
La falta de un tejido asociativo fuerte […] provoca que este estallido sea más bien difuso, desorganizado, sin una agenda clara.
En este contexto, ¿de verdad nos asombra el estallido social al que asistimos? Y, en un país que ha eludido el conflicto durante las últimas dos décadas, ¿de verdad sorprende que la única respuesta posible por parte del Gobierno sea la autoritaria? La falta de un tejido asociativo fuerte -más allá de la honrosa excepción del movimiento estudiantil- provoca que este estallido sea más bien difuso, desorganizado, sin una agenda clara. Los manifestantes comparten un único pero sólido vínculo: el descontento, el malestar acumulado de años de empeoramiento en las condiciones de vida. En frente, un Gobierno poco acostumbrado al diálogo, que se encuentra además frente a unas protestas acéfalas, sin liderazgos claros ni interlocutores con los que negociar.
Las elecciones aún quedan lejos, y los tiempos aprietan para recuperar el orden antes de que se celebre en noviembre el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico y la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático en diciembre. Hace apenas dos semanas, Piñera presumía de Chile como un “oasis” en medio de la convulsión general vivida en América Latina. Poco más de una semana después, sorprendía a todo el país y al mundo al anunciar, en rueda de prensa, con la lapidaria frase: “Estamos en guerra”.
Por el momento, la protesta no disminuye; día tras día siguen saliendo a las calles cientos de miles de chilenos, frente a unas autoridades que no conocen otra respuesta que la represión: 18 muertos en estas dos semanas, con un Estado de emergencia que no se conocía desde los tiempos de la dictadura. Pese a todo, el pueblo chileno sigue luchando.
[1] Datos de la ‘Fundación Sol’ (2015).
[1] Datos de IQVIA (2018).
Referencias:
Moulián, T. (1997): “Páramo del ciudadano”, en “Chile actual: anatomía de un mito”, Santiago de Chile: LOM Ediciones
Toer, M. (2006): “De Moctezuma a Chávez”, Buenos Aires: Cooperativas
Mayol, A. y C. Azocar (2011): “Politización del malestar, movilizaciones sociales y transformación ideológica: el caso de Chile 2011”, en Revista de Universidad Bolivariana, vol. 10, Nº 30, pp.163-184.