Por Pablo Fons

Este domingo 1 de julio, con un 92% de posibilidades y 30 años de intentos frustrados a la espalda, la izquierda mexicana se dispone a hacer historia. Es por lo menos lo que dice el slogan de la coalición liderada por el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). Se trata de un proyecto progresista y transversal que es actualmente favorito según las encuestas para llevar a su candidato Andrés Manuel López Obrador (conocido como AMLO) a la Presidencia de la República. Este es un momento fundamental en un país complejo donde el poder ejecutivo ha tenido siempre un rol imperativo en hallar el equilibrio entre orden y democracia. Sin embargo, esta victoria llegaría tarde a una América Latina donde bastantes países están saliendo de sus respectivas experiencias progresistas y populares. ¿Podría el proyecto AMLO iniciar una nueva “marea rosa” en el continente? ¿O se trataría más bien de la última ola de la marea anterior?

1. Un recorrido tortuoso

Cómo Jean-Luc Mélenchon en Francia, esta candidatura es para AMLO el sprint final de una larga carrera de fondo. Pero empezaremos su corta biografía a partir del año 2000. Tras el mandato de 2 años de su compañero progresista Cuauhtémoc Cárdenas, AMLO tomó el relevo para ejercer de gobernador en el Distrito Federal entre 2000 y 2005. La responsabilidad de semejante cargo es notable tratándose de la ciudad más grande de América Latina y una de las más grandes del mundo. A pesar de ello, AMLO logró ser elegido segundo mejor alcalde del mudo en 2004. ¿Pero qué hizo exactamente?

Primero, sus resultados en lo económico son relativos. El crecimiento del PIB en el DF fué el más bajo en comparación a los que le han sucedido hasta hoy con 1,51% anual. Sin embargo, fué más eficaz que ellos en la creación de empleo con una tasa de paro de 4,25%. Además, atrajo más que nadie en este siglo a los inversores. Estos inyectaron 6.266 millones de dólares en el DF durante sus 5 años de mandato. Sabemos lo importante que este dato puede ser para la izquierda frente al típico discurso economicista que la considera incapaz de realizar una buena gestión. Pero ahí donde el candidato se proclamó verdaderamente campeón es en seguridad. La tasa de homicidios pasó de 9,47/100.000 habitantes con Cárdenas a 8,03 con López Obrador. Ninguno de sus sucesores consiguió llegar a esta cifra. Los robos con violencia también se redujeron considerablemente. Estos, y otros muchos motivos, hicieron que AMLO acabara su mandato con una tasa de aprobación del 76% de los gobernados  [1].

Con semejante currículum al mando de la capital mexicana decidió presentarse a las elecciones presidenciales de 2006. Su popularidad creciente le costó una persecución política a manos del propio Presidente Vicente Fox a favor del que sería el sucesor de su partido: Felipe Calderón. Fox retiró la inmunidad jurídica a AMLO por haber construido “ilegalmente” una calle que daba acceso a un hospital. De esta manera, no podría continuar su candidatura presidencial por estar entrometido con la justicia. Pero al mismo tiempo, la clemencia del Parlamento con el gigantesco caso de financiamiento ilegal del PRI (Pemexgate) contrastaba completamente con esa nueva severidad aparente. En vez de neutralizar a AMLO, Fox lo hizo más popular perdiendo a la vez mucha credibilidad como Presidente. Al final, el tribunal que llevaba el caso lo cerró por no haber delito permitiendo a AMLO continuar su proyecto esta vez como figura mártir.

Tras la sentencia, Fox se vió obligado a declarar oficialmente que no impediría a ningún candidato presentarse a las elecciones presidenciales. Frente a estos acontecimientos, AMLO convocó un meeting en el Zócalo de Ciudad de Mexico al que acudieron 1 millón de personas. Había conseguido dibujar una línea que lo separaba definitivamente del aparato de poder donde se encontraban PAN y PRI. Este mismo aparato decidió contraatacar con una técnica que hoy en día pocas izquierdas ambiciosas no han sufrido: asimilar a AMLO con la Venezuela de Chávez. Es gracias a este discurso conservador de miedo que Felipe Calderón finalmente logró ganar la elección con una muy pequeña diferencia del 0,7% de los votos. AMLO la consideró como fraude y se autoproclamó “Presidente legítimo” del país, llevando incluso una banda presidencial en actos públicos. Ante todo, López Obrador había logrado asentar su imagen en oposición a los grandes partidos presentándose como una opción viable para un verdadero cambio en México. Esta imagen, que no caló en el electorado de 2012, es hoy en día el ingrediente estrella de su probable victoria el 1 de julio.

2. Paradigma de la izquierda latino-americana

Puede ser que no sea castro-chavista, pero no podemos negar la compatibilidad de Andrés Manuel López Obrador con el perfil político de la izquierda contemporánea latino-americana. Como Morales y Correa, transformó su movimiento (Morena) en partido, impulsando el modelo participativo en una política hasta ahora inaccesible a las bases de la sociedad. Como Mujica, renuncia a los grandes lujos. AMLO no quiere vivir en el palacio presidencial de Los Pinos y desea vender el avión presidencial cuyo coste fue de más de 350 millones de dólares. Ha incluso declarado que no irá acompañado de escolta. Esta fórmula muestra un cierto carisma en uno de los países más peligrosos del mundo. Como Chávez mismo, convocará regularmente referéndums revocatorios para rendir cuentas de las políticas de su gobierno.

Pero el rasgo común con todas las otras experiencias progresistas recientes del continente es cómo ha conseguido dar al actor “pueblo” su identidad transversal y su rol histórico transformador. Para empezar, renuncia a la distinción entre izquierda y derecha. Su pueblo se constituye en oposición a una élite corrompida a la que no ha tardado en asociar un significante: “la mafia del poder”. De un modo u otro, esta élite ha abusado del contrato social gracias a las recetas políticas horneadas en el Consenso de Washington. En efecto, la llegada de la ortodoxia neo-liberal y de las privatizaciones masivas prometía un efecto fuente donde la riqueza de arriba acabaría por llegar a los de abajo y donde la híper-inflación que afectaba al continente desaparecería. Ciertamente, el flujo económico se estabilizó. Pero con el tiempo las clases sociales tomaron conciencia de que este no les abastecía como previsto. Estas clases populares estuvieron antaño incluidas en el plano político, aunque de manera tramposa, por Estados autoritarios, intervencionistas y corporativistas [2]. Es por ello que el discurso de AMLO seduce hoy en día al electorado. Resucita su centralidad en la política en base a un rechazo generalizado de la corrupción estructural.

Como en los casos anteriores, AMLO moviliza la mitología nacional para solidificar esta unidad política heterogénea que es “el pueblo”. Sólo con simbología transversal, como es la nacional en América Latina, se consigue hacer de este nuevo sujeto un verdadero motor histórico. López Obrador considera que su presidencia será la cuarta gran transformación de México tras la Independencia, la Reforma (donde se asentó el Estado Mexicano) y la Revolución de 1910. Se compara respectivamente con las grandes figuras de estos periodos: Miguel Hidalgo, Francisco Madero y Lázaro Cárdenas. Por otro lado, asimila el neo-liberalismo al porfiriato: periodo dictatorial, oligárquico y liberal contra el que el pueblo mexicano organizó la revolución de 1910. Este está cargado de nociones negativas en el imaginario colectivo nacional por lo que asociarlo con la élite actual es un recurso muy hábil. Finalmente, su discurso está cargado de mesianismo: el proyecto político que propone sería una necesidad histórica a la que él tan sólo ha dado un rostro y una voz. La elección ha de ser la puerta de entrada a este nuevo ciclo.

3. ¿Por qué ahora?

¿Cómo podemos explicar que este momento histórico se presente cuando la mayoría de la marea de izquierda se va ralentizando en el continente? Económicamente México cambió su modelo tras la crisis de 1982. Apostó fuertemente por la exportación de petróleo, lo que le favoreció macroeconómicamente con la abundancia del sector en los años 2000. Además, se firmó en 1994 el NAFTA, tratado de libre comercio con EEUU y Canadá que impulsó las exportaciones pero que volvió al país completamente dependiente de su vecino de arriba. Esta apertura total al mercado, acompañada de una ola masiva de privatizaciones, ataba las manos de toda experiencia política no-liberal.

Pero hoy las cosas han cambiado. La Casa Blanca está ocupada por un gran escéptico del libre comercio que quiere renegociar este tratado hacia más proteccionismo. De este modo, el modelo mexicano estaría en graves apuros. No le queda otra que diversificar sus socios comerciales o impulsar su mercado interno. Estas dos propuestas están hoy en día incluidas en el programa de López Obrador.

El siguiente punto crucial es el de la corrupción. Desde los años 80 esta ha alcanzado niveles dramáticos. En los últimos 13 años, México pasó de la 116º puesto al 45º en la lista de países más corruptos del mundo. Los casos de corrupción dentro de la familia del actual Presidente Peña Nieto han terminado de fracturar el lazo de la opinión pública con la política institucional hegemónica. El programa de AMLO, claramente centrado en la corrupción desde 2006, encuentra en este contexto una oportunidad única de llevarse a cabo.

Finalmente, la crisis migratoria, con las recientes imágenes lamentables de separaciones familiares en la frontera estadounidense, exige una respuesta inminente. Es también el caso de la criminalidad, punto fuerte de AMLO como gobernador del DF. El año 2017 ha sido el más violento de la historia reciente del país. Se ha constatado que tanto las políticas de represión contra inmigrantes ilegales aplicadas por Trump como las de lucha contra el crimen realizadas por el poder militar mexicano son ineficaces. La mejora de las condiciones de vida y la reducción de la desigualdad serían la respuesta estructural necesaria para afrontar dichos problemas. Pero esto sólo es posible con una mayor presencia del Estado en la economía para llevar a cabo políticas sociales y redistributivas. Esto figura también en el proyecto de López Obrador.

Para dar una cifra concisa del malestar general de la sociedad mexicana: hoy 79% de los ciudadanos piensan que el país va en mala dirección.

4. Un pie en el statu quo

A pesar de la ilusión que pueda generar, el proyecto de López Obrador será bastante más complejo en la práctica que en la teoría. Para no ofender y dividir a sus electores AMLO ha decidido no posicionarse sobre varios asuntos que preocupan cada vez más a la juventud y las clases medias. El aborto, el matrimonio igualitario o el modelo energético serán sometidos a consultas populares sin línea directiva inicial. Esto quiere decir que se decidirá desde cero sobre dichos temas. Es así que AMLO conserva la heterogeneidad de su movimiento teniendo como principal estandarte el de la lucha contra la corrupción y evitando terrenos espinosos como los recién mencionados. México es un país con una amplia población católica. No sería la primera vez que podríamos ver a un candidato de izquierda defender propósitos que en occidente son percibidos como conservadores. Basta con recordar la posición implacable de Rafael Correa contra el aborto en Ecuador. Hay que tener en cuenta que AMLO cuenta en su coalición con el PES: partido de derecha evangélica que suma entorno al 2,5% de su fuerza total. En efecto, López Obrador ha querido incluir a tantos sectores en su proyecto político que este corre el riesgo de contradecirse a sí mismo. Varios electores hoy desconfían de algunos de los fichajes recientes de AMLO entre la patronal y los partidos políticos tradicionales. Algunos de ellos incluso son sospechosos en casos de corrupción.

Otro punto que genera gran controversia es cómo AMLO pretende aplicar su programa de reestructuración económica sin subir los impuestos. Frente a la importancia innegable que el discurso ortodoxo liberal continúa teniendo en el país, el candidato se comprometió a mantener la presión fiscal en sus niveles actuales. Cabe resaltar que esta es inferior a la media latino-americana y muy inferior a la media europea. De momento, AMLO ha planteado dos grandes medidas para obtener estos fondos. La primera es la lucha contra la corrupción, los sobrecostes y los desvíos de fondos públicos de la que espera sacar entre 300 y 500 millones de pesos. La segunda es su plan de “austeridad republicana” dónde reduciría los salarios, las pensiones vitalicias y otros privilegios de los altos funcionarios mexicanos que son hoy en día de los mejor pagados del mundo. Apostar únicamente a estos dos puntos es criticado de imprudente por sus adversarios e inquieta una parte del electorado indeciso.

5. ¿Hacia una nueva hegemonía?

Actualmente, el proyecto de AMLO apunta lejos aunque por un camino estrecho. Su cuarta gran transformación no se posiciona en una amplia gama de cuestiones sociales que son latentes en el país. Algunos le acusan de centrarse excesivamente en la corrupción. Pero es gracias a este punto de acuerdo general que podrá empezar a abordar el problema crucial del que nacen la criminalidad y la emigración.

Nos encontramos probablemente a las puertas de un nuevo ciclo político para Mexico. La oportunidad única de cambio que presenta esta candidatura será probablemente su pistoletazo de salida. Pero la historia no es mecánica. AMLO carga sobre sus espaldas la responsabilidad de dar seriedad y credibilidad a la izquierda mexicana tras 30 años de hegemonía neo-liberal. Las reformas que López Obrador desea aplicar necesitarán de más de un mandato de 6 años para llegar a su fin. No se puede enraizar esta nueva hegemonía en un solo mandato presidencial. Es por ello que debe garantizar a sus sucesores que se trata de un valor seguro y positivo para su país. Quedarse a mitad camino sería un desastre en un contexto donde la derecha no esperaría otra cosa que poder retomar el poder institucional.

Nos gustaría decir que no sólo vamos a asistir a una nueva hegemonía progresista en México si no que además veremos llegar una nueva “marea rosa” a América Latina. Esta tendría ya su primer aliado en Colombia, encarnada en el líder de la oposición Gustavo Petro. Sin embargo, debemos considerar la marea rosa no como un momento cronológico que agrupa varios momentos progresistas simultáneamente, si no como una etapa casi necesaria de la historia política del continente. Cada país en América Latina encuentra en esta su punto de ruptura con una doctrina neo-liberal que apartó a la sociedad civil de la política olvidando su rol histórico en lo político. Como ya hemos dicho, México llega tarde. Pero si finalmente las encuestas no se equivocan, podremos celebrar que al fin y al cabo ha llegado.

 

 

Referencias:

[1] Todos los datos pueden encontrase en el siguiente link : https://goo.gl/EPLD2P

[2] La inclusión de las clases populares en los regímenes autoritarios (y algunos democráticos) latino-americanos entre los 1940s y los 1970s se explica por la Industrialización por Substitución de Importaciones (ISI) tras el repliegue comercial de las potencias occidentales en los 40’s. El ISI formó una nueva clase obrera que, en el contexto posterior de Guerra Fría, podía ser un actor peligroso para las élites hegemónicas. Es por ello que se canalizaron las demandas populares con aparatos políticos corporativistas y reformistas.