Por Roc Solà y Xavi Granell

Después de los debates que se han producido por Twitter a raíz de la publicación de dos artículos en esta misma revista, creemos interesante abrir el diálogo. Este texto se plantea como una respuesta al artículo “2020 nos debe una República”, escrito por Antxon Arizaleta y David Ortiz.

 

“La revolución política, es decir, la expulsión de la dinastía y la restauración de las libertades públicas, ha resuelto un problema específico de importancia capital ¡quién lo duda!, pero no ha hecho más que plantear y enunciar aquellos otros problemas que han de transformar el Estado y la sociedad española hasta la raíz. Estos problemas, a mi corto entender, son principalmente tres: el problema de las autonomías locales, el problema social en su forma más urgente y aguda, que es la reforma de la propiedad, y este que llaman problema religioso, y que es en rigor la implantación del laicismo del Estado con todos sus inevitables y rigurosos consecuencias […]

Manuel Azaña

  1. Crítica al izquierdismo identitario sin propuesta alternativa

Ortiz y Arizaleta empiezan haciendo una negación sobre el método que no se debería seguir para que la causa republicana triunfe. Afirman que “a los que creen que las transformaciones serán en los términos identitarios que ellos desean, será su propio pueblo quien los desautorizará”. Una perspectiva acertada puesto que es obvio que los símbolos tienen un significado político y social que cambia (y los actores en disputa alteran) según el tiempo y con el contexto. Hay que dejar claro que quien crea que los símbolos -del griego antiguo, symbolon, contraseña- significan lo mismo para todo el mundo y para siempre simplemente nunca debe haber interaccionando con otros seres humanos. Así, para los autores del artículo se debería

“dejar atrás el miedo, dar un paso adelante y tratar de empujar y ampliar más allá los que hasta ahora han sido nuestros límites y horizontes.”

puesto que

“Es probable que, de producirse un movimiento político abiertamente republicano, vuelva a aflorar la discusión sobre cuáles han de ser los símbolos que conduzcan un posible proceso destituyente de la monarquía, especialmente en el caso de la bandera.”

Así, aunque los autores nieguen que lo identitario sea importante, el único debate que mencionan en torno a la cuestión republicana es el de los símbolos, en concreto, la bandera. Es, cuanto menos, particular que cuando se ataca al identitarismo en general se esté tan seguro, a su vez, que la cuestión que emerjerá junto con un “movimiento político abiertamente republicano” sea la discusión sobre la bandera. Como se puede leer en el discurso de Azaña citado al inicio de este texto, la emergencia de un “movimiento político abiertamente republicano” en el 1931, tuvo mucho más que ver con que las fuerzas políticas que se identificaban con los principios republicanos eran las que mejor representaban la oposición al sistema de la Restauración y a la dictadura de Primo de Rivera. Y no solo eso, sino que planteaban mejores diagnósticos y análisis a los problemas que la población en general -no solo los y las republicanas[1]– creía que debían resolverse en España. Así, las fuerzas republicanas serían vistas como las más capacitadas (o al menos más que Alfonso XIII) para resolver los 3 problemas mencionados por Azaña, la cuestión territorial, la cuestión social y la cuestión del laicismo.

Para los autores del artículo, pareciera que el republicanismo no está dominando la política española debido a “los izquierdistas” o los “activistas de salón”. La fijación con estas figuras borrosas que aparecen allí como boicoteadores superpoderosos de un proyecto político republicano es bastante inquietante.

Sigamos. Los autores también destacan que

“hemos sido testigos de cómo el republicanismo ha sido repudiado por los tacticistas y encumbrado por los izquierdistas, y pese a ello, será el pueblo quien le devuelva el vigor que merece.”

en concreto, afirman que

“si ha de llegar, llegará desde luego con impulso y forma de semblante nuevo, y será mucho más parecido a nuestra patria que a ningún pensador o activista de salón.”

Para los autores del artículo, pareciera que el republicanismo no está dominando la política española debido a “los izquierdistas” o los “activistas de salón”. La fijación con estas figuras borrosas que aparecen allí como boicoteadores superpoderosos de un proyecto político republicano es bastante inquietante. Sobre todo, cuando los autores nos explican claramente que

“si ha de llegar, llegará desde luego con impulso y forma de semblante nuevo”

Es particularmente paradójico que el texto de Ortiz y Arizaleta nos proponga “devolvernos a una discusión teórica y política que nos habíamos obligado a olvidar” sin explicar para qué necesitamos el republicanismo hoy en día. No afirman de dónde puede llegar el impulso y por qué debería llegar al republicanismo y no, por ejemplo, al anarcosindicalismo o al comunismo. Tampoco hay ninguna pretensión de analizar la situación política en España. Aun así, sí tienen claro que

“no llegará con los aires cantonalistas de los tiempos de Pi i Margall, ni con el fervor socialista de la época del Frente Popular”

Aquí vale la pena detenerse. No obstante, y haciendo justicia a lo que seguro es la intención de los autores, cabe decir que con la nostalgia no se gana nunca, que las ideas se juzgan por su eficacia. En eso estamos de acuerdo.

  1. Demasiada apertura para tan poca afirmación

Llegados a este punto, podemos afirmar que el artículo de Ortiz y Arizaleta es una negación y está bien negar lo que no se quiere ser en política. Ahora bien, después de la negación tiene que venir la afirmación. Durante el anterior ciclo político se ha discutido, escrito y hablado de la apertura, pero casi no se ha tratado la cuestión de la afirmación. Así, uno de los mayores problemas que consideramos que ha tenido el espacio del cambio desde 2014 ha tenido que ver con las dificultades para crear un espacio político propio, no tanto por las gramáticas y herramientas conceptuales de análisis sino por su genealogía de referentes y conciencia histórica de tradición política. Todo ello tiene que ver con la afirmación y lo que Gramsci llamaba “espíritu de escisión”[2]. También está relacionado con otra observación que hacía César Rendueles que “la creencia en que la transversalidad discursiva es suficiente para evitar el conflicto inherente al cambio social, presentando las alternativas políticas como algo básicamente consensual”[3]. Pero más allá de cuestiones que requerirían un desarrollo mayor, volvamos a la frase en cuestión

Cuando los autores afirman que la república “no llegará con los aires cantonalistas de los tiempos de Pi i Margall, ni con el fervor socialista de la época del Frente Popular” se asumen dos cuestiones como mínimo problemáticas. (1) Se asume que no puede existir una forma de vivir el pasado que no sea la nostalgia inmovilizadora. Y por lo tanto se equipara al “izquierdismo infantil” con toda voluntad de que la historia juegue un rol en política. Y (2) se considera a los referentes históricos solo en el plano simbólico que permite contornear un discurso político concreto, no en términos de intelectuales que ayuden a pensar la política en el presente. Por lo tanto, cualquier reflexión de Pi y Margall, Salvador Seguí o Manuel Azaña son consideradas como pensamiento de museo que no puede aportar nada al análisis político del presente ni influir en la conformación de la subjetividad de los militantes actuales.

No hay una solución final a la relación entre afirmación y apertura, de hecho, el que fuera vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, se ha referido a la tensión entre flexibilidad hegemónica y firmeza en el núcleo social como una posible “tensión creativa”, es decir, una “fuerza productiva de la revolución”.[4]

Posiblemente haya un mayor consenso en torno a qué entendemos por apertura: “los que faltan”, “no juntar a los que ya piensan igual”, “no arrinconarse en el costado izquierdo del tablero”, y un largo etcétera de nociones compartidas por quienes estamos manteniendo este debate. Huelga decir que este debate es una constante de los movimientos emancipadores a lo largo de la historia y en diversas partes del mundo, basta citar la primera de las “reglas fundamentales” de la Sociedad de Correspondencia de Londres fundada a finales del siglo XVIII para dejar claro a qué nos referimos: “Que el número de nuestros miembros sea ilimitado.”

Los interrogantes surgen cuando preguntamos a qué nos referimos con afirmación: ¿de qué hablamos cuando hablamos de núcleo social? ¿de qué tradición nacional y popular nos reclamamos herederos? ¿existe esa tradición? ¿es posible construirla? ¿son los momentos emancipadores de nuestra historia meras fechas o nos ayudan a pensar nuestro presente?

Que se haya pospuesto o directamente ignorado la falta de una “afirmación” desde la cual pensarnos tiene una causas históricas y políticas y también unas consecuencias. Por lo que respecta a las causas, nos aventuramos a señalar dos. Una está vinculada con la consolidación del marxismo en la segunda mitad del siglo XX como la ideología dominante de las organizaciones políticas emancipatorias que se extendió también entrado el presente siglo. Esto, y esta segunda causa es consecuencia directa de la primera, generó una desvinculación con las tradiciones políticas imperantes en España durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, como son el federalismo, el republicanismo o el anarquismo. Con respecto al republicanismo, la justificación de dicha desvinculación es obvia, y aún hoy se siguen utilizando los mismos argumentos que se resumirían en entender que el movimiento republicano es pequeño burgués y correspondería a una etapa muy concreta del desarrollo histórico en la cual la clase obrera sería inmadura y se encontraba en un proceso de transición.

Cuando se plantea la vinculación con el pasado no se hace más que a través de un debate de los símbolos, buscando aquellos momentos históricos que nos permiten establecer un vínculo para identificar nación y pueblo, olvidando un segundo punto igual de importante: las enseñanzas de dichos momentos históricos para pensar nuestro presente.

Pese a que dicho argumento no se sostenga históricamente (y en el siguiente apartado queda claro la potencia del pensamiento republicano y, en concreto, de Pi y Margall), las consecuencias son terribles, puesto que se borra gran parte del imaginario político de los movimientos emancipatorios que bebían de dicha tradición, de sus luchas y de sus intelectuales.

Así, el terreno en el cual se pretende construir un movimiento nacional-popular está huérfano de referencias pasadas que permitan pensarnos como continuadores de una tradición y nos expliquen y den sentido a aquello que nos sucede. Por decirlo con Benjamin[5], no tenemos un pasado que nos ilumine en las situaciones de peligro, como sí que lo tuvo, por ejemplo, la Revolución Francesa, que se entendía a sí misma como una Roma que retorna.

Entendemos que por esta consecuencia (y seguramente por otras que nos dejamos), cuando se plantea la vinculación con el pasado no se hace más que a través de un debate de los símbolos, buscando aquellos momentos históricos que nos permiten establecer un vínculo para identificar nación y pueblo, olvidando un segundo punto igual de importante: las enseñanzas de dichos momentos históricos para pensar nuestro presente.

El caso de Pi y Margall es el ejemplo más flagrante puesto que fue no solo un protagonista de nuestra historia, sino alguien que pensaba y reflexionaba por escrito sobre su actuar político. Y su actuación política tuvo lugar en un momento muy concreto, que es la formación y consolidación del Estado liberal español. Aquí sostenemos que sus enseñanzas, por el conocimiento que tenía de la formación del propio Estado, son una guía de actuación política para el presente y, por tanto, la base de cualquier proyecto emancipatorio en la actualidad, esto es, la conformación de lo que entendemos como “afirmación”.

  1. El árbol de las libertades. La actualidad del pensamiento de Pi y Margall

La referencia a la concepción marxista según la cual el pensamiento republicano ocuparía un estado intermedio en un momento de transición hacia la madurez proletaria que hemos anotado unas líneas más arriba, contrasta con cómo uno de los padres del marxismo, Friedrich Engels, se refería Pi y Margall: “Pi y Margall era, de todos los republicanos oficiales, el único socialista, el único que comprendía que la República se apoyase en los obreros”.[6]

Para dar paso a algunas de las aportaciones de Pi y Margall que nos permiten comprender nuestro presente, no queremos dejar de mencionar los elogios que vertió sobre la que fue la primera mujer Ministra de la historia europea en 1936, la anarquista Federica Montseny, quien en el prólogo a La reacción y la revolución decía que:

“Pero en Pi y Margall no hemos de ver al hombre de este o estotro partido, de esta o estotra nación, de esta o estotra época. Como Cervantes, como Goethe, Pi y Margall pertenece a la humanidad. No tiene raza, partido, ayer, hoy ni mañana. Su genio es de todas las épocas; su obra general se eterniza en el tiempo por recoger el proceso y la aspiración perenne y universal. Su mismo panteísmo, que pone en sus escrito, el nombre de Dios, es un panteísmo filosófico y naturalista, más ligero y aun más sereno que el que inauguró Spinoza.”[7]

Y es que la definición de Pi y Margall como “árbol de las libertades”[8] refiere a que en él se inspiraron todas las tradiciones emancipatorias españolas hasta, por lo menos, principios del siglo XX. Decimos “por lo menos” puesto que la fórmula que empleó Luís Companys en 1934 declarando “L’Estat Català dins de la República Federal espanyola” no es otra que la fórmula pimargalliana de la I República.

Pi y Margall pudo inspirar a tan diversos movimientos porque su pensamiento no se centraba en explicar una o varias opresiones, en denunciar una o varias formas de gobierno despóticas, ni tan siquiera en proponer soluciones para uno o varios problemas de su tiempo: él estableció la fórmula para comprender y explicar todas las opresiones. Su pensamiento holístico se fundamentaba en una oposición de la cual se derivan tantas otras, esta es la oposición entre poder y libertad.

Esta oposición es la que le permite después explicar todo el resto de oposiciones, como pueden ser monarquía/república, centralismo/federalismo, capital/trabajo, etc. Así, cuando critica a la monarquía no lo hace con la intención únicamente de cambiar una forma de Estado por otra sin alterar la base de la que se deriva su poder, al igual que cuando pretende reformar la nación no lo propone como ejercicio administrativo, sino como transformación política y económica.

En un plano más abstracto, criticará a aquellos que pretenden separar “forma” de “sustancia”, argumentando que sólo a partir de la forma el ser adquiere realidad ante nuestros ojos, o lo que es lo mismo, no se pueden aplicar ciertos fundamentos políticos y económicos sin transformar las formas de gobierno[9]. Es por ello que dirá que “lo que constituye una monarquía no es la existencia de un rey, sino la centralización política”[10], o que la reforma de las naciones no debe producirse sólo en su organismo, “sino también en lo que las constituye esencialmente”[11]. Por eso, para Pi Margall la crítica a la monarquía es una crítica de economía política.

Porque el republicanismo español en general, y Pi y Margall en particular, no son únicamente símbolos, son una caja de herramientas para pensar nuestro presente, porque la contradicción entre poder y libertad sigue explicando el conjunto de las opresiones y nos permite plantear el debate a la ofensiva.

La crítica, por tanto, no es parcial, sino completa, y refiere a cómo se organiza y distribuye el poder. Cuando hoy en día emerge la cuestión de la monarquía con las caceroladas que pedían que los millones de euros que Juan Carlos I había recibido de Arabia Saudí los donase a la sanidad pública, surge el indicio (sólo el indicio) de un agravio. Un agravio puesto que mientras un virus nos confina en nuestras casas y los trabajadores y las trabajadoras de la sanidad (muchas de ellas en condiciones precarias) se echan el país a sus espaldas, se conoce la noticia de tan bajeza moral. Se ha realizado cierta lectura que plantea que la cuestión de la monarquía tiene un amplio consenso en la población y que “pulsar la tecla” antimonárquica planteando el debate monarquía vs república, es un error político. No le falta razón a la argumentación centrada en que el significante “república” tiene unas connotaciones políticas muy determinadas en nuestro país y varía según los territorios. O que la bandera no podrá ser la tricolor porque recuerda a tiempos pasados y violentos en el imaginario colectivo. Plantear la cuestión en estos términos es no vincular el agravio con el contexto político.

Luciana Cadahia recientemente ponía énfasis en que se ha abierto (o vuelto a abrir, matizaríamos) la oportunidad de que el debate público vaya más allá de las fronteras ideológicas entre izquierda y derecha, que “tenemos la oportunidad de reactivar los viejos valores republicanos del bien público, la igualdad y la libertad”[12]. Es en ese marco en el que planteamos el debate sobre la monarquía y no en la mera crítica formalista a la forma de Estado. Porque el republicanismo español en general, y Pi y Margall en particular, no son únicamente símbolos, son una caja de herramientas para pensar nuestro presente, porque la contradicción entre poder y libertad sigue explicando el conjunto de las opresiones y nos permite plantear el debate a la ofensiva.

A lo mejor es el momento de, parafraseando a Nietzsche en El nacimiento de la tragedia, que una clase de republicanos “que ha aprendido a considerar su existencia como una injusticia y se prepare para vengarse en nombre de todas las generaciones”.

 

 

Notas y referencias

[1] Ángel Ossorio Gallardo, el abogado de Lluís Companys se consideraba a sí mismo un monárquico sin rey a la vez que decía que Companys era el que mejor representaba los valores de la monarquía. Para saber más ver: GALLARDO, Ángel Ossorio, Vida y sacrificio de Companys, Memorial Democràtic, Barcleona, 2010 (1943).

[2] “¿Qué puede oponerse, por parte de una clase innovadora, a este complejo formidable de trincheras y fortificaciones de la clase dominante? El espíritu de escisión, o sea la progresiva adquisición de la conciencia de la propia personalidad histórica, debe tender a extenderse de la clase protagonista a las clases aliadas potenciales: todo ello exige un complejo ideológico, cuya primera condición es el exacto conocimiento del campo que se ha de vaciar de su elemento de masa humana”. GRAMSCI, Antonio, Cuaderno 3, párrafo 49.

[3] RENDUELES, César, SOLA, Jorge, Estrategias y desafíos. La situación de la izquierda en España, Rosa Luxemburg Stiftung, Madrid, 2018, p. 33.

[4] GARCÍA LINERA, Álvaro. “Las tensiones creativas de la revolución. La quinta fase del Proceso de Cambio”. en Democracia, Estado, Revolución. Antología de textos politicos. Editorial Txalaparta, 2016, pp. 203-248.

[5] BENJAMIN, Walter. Tesis sobre la historia y otros fragmentos. México, D. F.: Ítaca, Universidad Autónoma de la Ciudad de México. 2008.

[6] ENGELS, Friedrich. “Los bakuninistas en acción”, Der Volksstaat, 1873.

[7] MONTSENY, Federica. “Prólogo”, en Pi I MARGALL, Francesc. La reacción y la revolución. Barcelona: La Revista Blanca, pp. 7-8.

[8] DOMÈNECH, Xavier. “Pi i Margall. L’arbre de les llibertats: sobiranies, poder i nacions”. Allò nacional-popular a Catalunya. 26-3-2019. https://www.youtube.com/watch?v=V2_dR0mWWSs

[9]  PI I MARGALL, Francesc.“Quina ha de ser la nostra forma de govern?”, en Les nacionalitats. Escrits i discursos sobre federalisme. Generalitat de Catalunya. Institut d’Estudis Autonòmics. 2010, pp. 447.

[10]  Íbid., 445.

[11]  PI I MARGALL, Francesc. La reacción y la revolución. Barcelona: La Revista Blanca, pp. 227.

[12] CADAHIA, Luciana, “Escenarios de futuro”, Instituto de Estudios Culturales y Cambio Social, 2020. (Disponible en https://www.ieccs.es/2020/03/23/escenarios-de-fututo-luciana-cadahia/)