Por Sonsoles García Granda (@GrandaSonsoles)
Reapropiarse del espacio urbano pasa por vivir más presentes en él. Hacer nuestras ciudades más seguras es aceptar la responsabilidad de vigilar desde nuestra ventana, de atender a lo que pasa a través de ella.
Esta idea no es nada revolucionaria. En 1961, la periodista Jane Jacobs publica Muerte y vida de las grandes ciudades. A través de esta obra, Jacobs se convierte en una de las grandes mentes urbanistas y activistas del siglo pasado. En su libro deja clara la siguiente proclama: las ciudades no están construidas por sus habitantes, las habían construido por ellos. Décadas después de Jane Jacobs, desconstruir la ciudad y reivindicar los espacios ciudadanos aún siguen siendo tareas pendientes.
¿Desconstruir el qué y para qué? Breve y triste historia de cómo perdimos el derecho a la ciudad
¿Cómo pensamos espacios más inclusivos, que nos pertenezcan a todos y a todas? Pensémoslo juntas. Si algunas habéis leído algo de urbanismo, o tenéis la mala suerte de tener una amiga pesada con el tema, probablemente os surjan buenos argumentos y propuestas para iniciar esta conversación. Si ninguna ha oído hablar de esto, estáis igualmente invitadas a participar de la discusión. Vuestra opinión importa, vivís en ciudades igual que el resto, os necesitamos para la revolución urbana.
Primero contextualizo. El urbanismo actual se piensa en términos de igualdad, de sostenibilidad y, también —¿por qué no?— en términos de participación ciudadana. Todo esto es un avance reciente de nuestro siglo, aunque lleva algunas trazas de herencia pasada. Acumulamos ya muchos años de reflexión sobre qué queremos hacer con nuestras ciudades. Brevemente, la historia es un poco la siguiente. Disclaimer! Antes de soltar el rollo, quiero señalar que, como muchas doctrinas, cuando hablamos de urbanismo es importante añadirle el apellido: occidental. Si bien, por ejemplo, señalamos a los romanos como los instigadores de todo este meollo, no olvidemos que había vidas antes de Baco y Apolo. Por supuesto, siempre se hablará de las revolucionarias planificaciones urbanas de ciudades blancas. ¿Los grandes análisis? Aún son todos europeos y también sus lógicas. A lo que más se ha acercado la conversación es al urbanismo colonialista o post-colonialista. Teniendo en cuenta que nuestras ciudades cada vez son más cosmopolitas y menos autóctonas, es importante, si no urgente, incluir otros paradigmas en este ámbito. Aún así, hablo de lo que sé, a la espera de que alguien que sepa más recupere la conversación donde la dejo yo aquí.
En sus inicios (que algunos señalan, efectivamente, en la época de los romanos) la planificación urbana atendía a diferentes necesidades: económicas, administrativas… incluso religiosas. Todas ellas actividades sociales que necesitaban de una cierta coherencia organizativa. Como a lo largo de toda la historia de la humanidad (sin poner en cuestión si estas actividades o necesidades existían de verdad) quien decidía dónde se situaba cada casa, cada templo y cada muro defensivo, era el poder institucionalizado. Acumular poder, del tipo que sea, te da una ventaja de la que carecen aquellos que no lo tienen: la toma de decisiones. Y esos otros que carecen de él, no decidían dónde se situaba cada cosa, aunque fuesen afectados directos de la planificación territorial. Más cercano en el tiempo, a partir de los siglos XVIII-XIX, las ciudades tal y como se entendían en la Edad Media empiezan a rebosar gente. Como lo lees. Los centros históricos revientan. Esto, se debe a diferentes motivos, pero sobre todo a las masivas migraciones del éxodo rural, fruto de la revolución industrial y la sustitución —por parte de las nuevas tecnologías— de la mano de obra en el campo. No pretendo ahondar en cuestiones demográficas porque es un terreno pantanoso. Lo importante es que nos quedemos con que la ciudad se empieza a hinchar, con todo lo que eso implicaría. Enfermedades, hambrunas… Estas no son ninguna novedad de estos siglos. Las grandes pandemias impactaron las áreas urbanas sin piedad ninguna durante toda la Edad Media. La pequeña pero importante diferencia ahora era la capacidad de las ciudades de movilizar y hacer frente al poder desde sus calles abarrotadas. Además, este proceso coincide con la huida de las clases más pudientes hacia el exterior de la antigua muralla. Si algo nos queda de la planificación urbana de los reinos musulmanes en la península son las calles estrechas y laberínticas de algún casco histórico, como el de Toledo. Estas eran un mecanismo defensivo ante invasiones extranjeras que no las conocían, convirtiéndose en una trampa del todo troyana. Representaban la sabia enseñanza que se esconde tras la regañina de nuestras madres de que quien encuentra las cosas es porque se encarga de ordenarlas.
Un problema al que se tuvo que enfrentar el poder institucional durante las grandes revueltas de finales del siglo XVIII fue precisamente este. Quienes vivían en las ciudades abarrotadas las empezaron a utilizar como su arma. Conocían sus pasadizos, sus entresijos, sus puntos fuertes. ¿Os suenan las barricadas? Para montar una se necesitan, además de muchos muebles, calles estrechas y vecinas que se junten para tirar la casa por la ventana y cerrarla después. ¿No es coincidencia que el centro de muchas de las grandes capitales europeas esté conformado por calles anchas, grandes plazas en las que desembocan y avenidas kilométricas? Os lo avanzo, no lo es. En cuanto este poder institucionalizado se dio cuenta de este problema, no tardó en buscarle una solución. Comenzó entonces una revolución urbana que nacía precisamente con el objetivo de aniquilar otras. Bajo las propuestas de higienizar las urbes, se llevaron a cabo auténticas autopsias de las antiguas ciudades europeas, ensanchándolas y reapropiándose del espacio expulsando a sus anteriores inquilinos. (¿Habéis oído hablar de la gentrificación? Es la versión 2.0 de este proceso).
Esta lógica de planificación urbana, que tiene como verdadero fin el de controlar a la ciudadanía, llega hasta nuestros días. Lo que entendemos por planificación urbana hoy son más bien grandes complejos habitacionales, las PAUs, los aeropuertos en Albacete y algunos campos de golf en zonas desertificadas. Podemos ver su corrupción, pero no comprendemos qué hacen exactamente ahí, y tampoco nos lo cuestionamos mucho. No obstante, esto no es lo más preocupante. Desconocer o no entender la historia de cada barrio, cada plaza, sin embargo, sí lo es. Sin esta parte de la historia, borramos años de decisiones de segregación, de expulsión ciudadana. Cada calle oculta solemne y silenciosa años de violencia urbana. Toda esa lucha encarnizada por el espacio nos pasa desapercibida a la mayoría de los ciudadanos, sobre todo, a los que no nos han destruido nuestras casas para realojarnos.
Pero no solo la ciudad por como (nos) la han construido excluye a ciertos grupos humanos, sino que además, lo hace en beneficio y con la complicidad y el silencio, de otra parte. Todo conforma un círculo vicioso de reproducción de opresiones y ejercicio arbitrario del poder. En tu propia calle, si eres una mujer, puedes sufrir una violación. Si eres parte del colectivo LGBT, puedes ser víctima de un crimen de odio. Si eres una persona racializada, experimentarás violencia y discriminación diaria por parte de tus vecinos. Si eres una persona en situación de pobreza, sufrirás la exclusión del espacio colectivo y común.
La ciudad es un arma de guerra cuya posesión hemos perdido. Lo realmente revolucionario sería no hacerla más inclusiva desde arriba, sino reapropiarse del espacio desde abajo. Tranquilos, que no estoy llamando a las barricadas, de momento. Últimamente, son muchas las voces que apelan a la fraternidad, que entonan nostálgicas esa pérdida de solidaridad ciudadana. Si es que esta alguna vez existió, para recuperarla es necesario hacer un poco de autocrítica. No hacerlo sería construir más pisos encima de un edificio lleno de grietas.
¿Cómo conseguir una ciudad fraterna?
Las fórmulas son muchas. Antes que nada, es importante mencionar que esa idea de fraternidad, aunque algunos hagan oídos sordos, lleva implícita una idea nacionalista determinada. Por eso, prefiero escapar de conceptualizaciones ilustradas y reformular el término acercándolo a la solidaridad y a la inclusión trasversal y horizontal, desligándolo de la idea puramente grecorromana e ilustrada de ciudadanía.
A esta pregunta no puedo responder ni en tan poco espacio, ni con tan poca formación en el tema. Aún tengo preguntas y cosas por aprender. Pero daré una primera pincelada de un pilar que me parece clave para mostrar por donde van los tiros. Vamos a retomar a Jane Jacobs. Esta socióloga y teórica urbanista señaló algo muy interesante, y que a mi en su momento hizo que se me tambaleasen ciertos esquemas. Como experta en materia urbana, mujer y madre, uno de sus temas de su reflexión era la seguridad ciudadana.
Jane no terminaba de entender cómo algunos barrios, el suyo mismamente, habían pasado a ser categorizados repentinamente como peligrosos por las autoridades. No hace falta tener un bachiller para saber dónde había señalado la peligrosidad el poder institucionalizado. Aquellos barrios más pobres, donde más población negra y migrante se concentraba, habían sido dotados de mayores efectivos policiales que habían aumentado significativamente su presencia. La sensación de inseguridad había aumentado considerablemente, pero los niveles de esta no hacían más que dispararse. Entonces, nuestra urbanista de referencia discurre lo siguiente. Todas las reestructuraciones urbanas habían resultado en la creación de grandes complejos habitacionales, separados entre sí por carreteras. Habitaban en ellos cientos de personas de forma vertical, no horizontal con acceso directo a la calle. No solo era imposible conocerse entre sí, sino que tampoco existían lugares para el encuentro. Muchas de esas personas no habían, si quiera, decidido por voluntad propia ir a vivir allí. ¿Cómo empatizar con la situación de alguien que te es totalmente desconocido en una sociedad que te dice repetidamente que entrometerse en la vida de los demás acabará repercutiendo en tu contra? Sin embargo, el motivo más crucial de esta pérdida de sensibilidad era la disposición de las casas, siempre hacia el interior de esta. Una calle vacía, es mucho más insegura que una calle repleta de comercios, de niños jugando, de jubilados y jubiladas poblando la calle. En fin, de gente que viviese y no solo circulase por ella.
En este punto, Jane Jacobs llega a una conclusión de la que, personalmente, opino que debemos partir para empezar la discusión sobre el derecho a ciudades inclusivas y más solidarias. Habitar es una cuestión que no solo pasa por alojarse, conlleva una responsabilidad ciudadana de mayor calado. Como señala la autora, una calle con veinte ventanas de vecinas que miren a ella cuenta un equipo de vigilancia que supera en calidad a cualquier cuerpo policial. Las calles —que son las personas que viven en ellas—, si se miran entre sí, si velan por la seguridad de sus viandantes, si se responsabilizan de que sea un lugar seguro para todas, si no permiten que se ejerza violencia ni discriminación de ningún tipo, si acogen… serán todas ellas calles más solidarias e inclusivas.
He hablado de urbanismo en torno a la cuestión de seguridad ciudadana de forma muy superficial y algo abstracta, soy consciente de ello. Pero espero que alguna de las palabras de Jane resuene en los oídos de quien haya llegado hasta aquí. Vigilemos nuestros barrios, responsabilicémonos de nuestras calles viviendo a través ellas. Que sean lugares que den la bienvenida. Asomémonos a la ventana, salgamos de nuestras casas, creemos redes de vecinas.
Referencias
Fariña, J. (10 de febrero de 2009). Jane Jacobs, destellos de sostenibilidad. El blog de José Fariña. https://elblogdefarina.blogspot.com/2009/02/jane-jacobs-destellos-de-sostenibilidad.html
Garnier, J. P. (2012). El derecho a la ciudad desde Henri Lefebvre hasta David Harvey. Entre teorizaciones y realización. Ciudades: Revista del Instituto Universitario de Urbanística de la Universidad de Valladolid, (15), 217-225.
Jacobs, J. (1973). Muerte y vida de las grandes ciudades americanas. Madrid: Ediciones Península, 2.
Lefebvre, H. (2020). El derecho a la ciudad. Capitán Swing Libros.
Paquot, T. (2011). Releer” El derecho a la ciudad” de Henri Lefebvre. Urban, (2), 81-87.