Por Pablo Cerezo (@Pablo_Cerezo_)

En 1919 John Reed publicó 10 días que estremecieron al mundo, una crónica de primera mano sobre la Revolución Rusa. El periodista estadounidense entendió como pocos que la sociedad que iba a salir de aquella incipiente revolución nunca sería ya la misma. Razón no le faltaba.

Ahora, cuando la historia vuelve a abrirnos sus puertas, las nuevas tecnologías están permitiendo que sea la ciudadanía quien escriba su propia crónica, conscientes, al igual que Reed, de que el mundo que salga de esta cuarentena, nunca será ya el mismo que la empezó.

Hoy propongo cinco reflexiones para sumar a esa crónica común sobre el mundo que dejamos atrás y sobre el mundo que viene.

1) Ser optimista como deber político

Aunque puede parecer ya remota, no hace tanto de la noche de los Oscars, donde Joker y Parasites destacaron sobre el resto, la primera como favorita, la segunda como sorpresa. Ambas películas tuvieron gran acogida social puesto que parecían denunciar las grandes desigualdades del mundo en el que vivimos. Como un clamor de indignación, las dos fueron defendidas en términos generales como películas progresistas que denunciaban la injusticia e inestabilidad de nuestros tiempos. El problema es que en el fondo ninguna hablaba de la posibilidad del cambio.

El nihilismo de las dos películas acaba negando su carácter político. Porque, aunque en ambas historias hay una denuncia explícita de la situación actual (que no del sistema), son denuncias a las que no se aspira a dar respuesta. Eso explica que los dos largometrajes acaben de manera tan similar: con un conato de anarquía y destrucción donde termina imperando la ley del más fuerte. Y aunque en un primer momento puedan resultar catárticos, son poco útiles en la práctica política cotidiana. Al salir del cine, uno podía concluir que, aunque efectivamente el sistema en el que vivimos deja mucho que desear, parece que su alternativa (la anárquica violencia) es mucho peor.

Desgraciadamente ese nihilismo cuenta con gran aceptación en nuestra sociedad. Se puede apreciar, por ejemplo, en el malestar y descontento hacia la clase política que muestran grandes sectores de la población y que acaba desembocando en un frustrante “qué más da votar, si al final son todos iguales”. O en la resignación de quienes aceptan que, aunque el sistema en el que vivimos es injusto, es el único posible. El problema es que sobre este nihilismo resulta imposible imaginar y mucho menos proyectar horizontes alternativos.

El problema es que sobre este nihilismo resulta imposible imaginar y mucho menos proyectar horizontes alternativos

Esta crisis se ha erigido en ese contexto de desidia. Pero eso no quita que no constituya una ventana de oportunidad al cambio. Pero para ello hay que recordar que la resignación no será nunca motor político, y el nihilismo siempre tiende hacia lo reaccionario. Por tanto, el cambio social y político solo será posible si volvemos a creer en la Política. Si convencemos al Joker de que la solución no es liarse a tiros, sino organizarse y luchar por una sanidad pública para todas y todos. Porque, a menos que asumamos que el sistema en el que vivimos no es natural, sino que es una posibilidad más entre tantas otras y existen alternativas, el cambio será definitivamente a peor.

Hay que ser optimistas, no solo porque el optimismo es una herramienta política imprescindible en estos tiempos de adversidad, sino también porque es un imperativo moral, porque no tenemos alternativa. Maquiavelo defendía lo político como el arte de lo posible. Por eso hay que ser optimistas; porque solo así las cosas pueden empezar a ser posibles tras esta crisis.

2) Valentina Cepeda o por qué los cuidados importan

El pasado 18 de marzo hubo una nueva protagonista en el Congreso de los Diputados. Su imagen limpiando el atril acompañada de mensajes de agradecimiento y apoyo cubrieron las redes sociales a lo largo de toda la jornada. Lo sorprendente es que esa “nueva protagonista” no era para nada nueva. Valentina Cepeda lleva 29 años trabajando en el Congreso. Lo llamativo y preocupante es que haya tenido que venir una crisis para mostrarnos lo que las feministas llevan clamando durante años: que para que todo funcione con normalidad detrás siempre hay mujeres cuidando.

Lo llamativo y preocupante es que haya tenido que venir una crisis para mostrarnos lo que las feministas llevan clamando durante años: que para que todo funcione con normalidad detrás siempre hay mujeres cuidando

Valentina Cepeda nos mostró que si ellas paran se para todo, y que lo importante, lo que tenemos que volver a poner en el centro, es la vida. Que sin los cuidados y el afecto no somos nada. Porque una comunidad que no se cuida está destinada al fracaso. Pero imágenes como esas no se pueden quedar en el sonrojo de unos pocos: el feminismo y los cuidados tienen que ser uno de los pilares que vertebren nuestros futuros horizontes.

3) La auténtica España de los balcones

La cuarentena puede ser un buen momento para intentar retomar la costumbre del cine y Casablanca es una buena película para hacerlo. Una de las razones es la famosa escena de la Marsellesa en la cual el activista antifascista Viktor Laszlo (interpretado por Paul Henreid) se encara a un grupo de nazis pidiendo a la banda del emblemático café Rick’s que toque el himno francés y así, todos los asistentes se unen a Viktor para acabar acallando al grupo de fascistas. Da igual cuantas veces se vea esa escena, la emoción sigue siendo la misma.

Desde que viví los primeros aplausos en los balcones, la sensación ha sido similar. Los vecinos y vecinas, encaramados a las ventanas, animando a sus enfermeras y médicos, pero también a sus cajeras y transportistas, mostraban la dignidad de un pueblo que se sabe a la altura de las circunstancias. Los aplausos encarnan la épica de la resistencia y muestran la firmeza de saber que las situaciones, por muy adversas que sean, siempre podrán vencerse.

En España siempre hemos tenido una relación compleja con nuestra identidad nacional. Estos días son muchos los videos de balcones italianos haciendo resonar su himno que desde aquí vemos con contenida envidia. Y es que es una escena que en España nunca podría replicarse porque nuestros símbolos nacionales implican lo que implican.

Aunque cueste admitirlo es frustrante no tener nuestra propia Marsellesa, un canto que nos une en nuestra diferencia y en fraternidad contra la adversidad. Un himno que levante los ánimos y medie sin necesidad de palabra. Pero quizás el problema era que estábamos buscando mal. Porque cada día a las 20:00, envuelta en aplausos y gritos de ánimo, se nos muestra por fin la auténtica España de los balcones. La España de los de abajo, la que defiende los servicios públicos y el arrojo de la clase trabajadora. Una España plural y solidaria.

Cada día a las 20:00, envuelta en aplausos y gritos de ánimo, se nos muestra por fin la auténtica España de los balcones. La España de los de abajo, la que defiende los servicios públicos y el arrojo de la clase trabajadora. Una España plural y solidaria

Y es que quizás, pese a todo, son buenos momentos para ser patriota.

4) Solo el pueblo salva al pueblo

En 2008, ante la crisis económica, las máximas autoridades económicas clamaban que eran tiempos de sacrificio y tocaba apretarse el cinturón. Había que rescatar a los bancos porque si ellos caían el sistema se colapsaba. Una de las primeras lecciones que debimos aprender de aquello es que, quizás, un sistema que elegía a los bancos antes que a la gente ya había colapsado.

Ahora nos encontramos ante una situación similar. Con la salvedad de que esta vez se pide a las grandes empresas y bancos que se aprieten el cinturón, porque no podemos dejar a nadie atrás. Pero parece que las altas esferas financieras no están dispuestas a sacrificarse en la medida que les corresponde.

Por el contrario, la que sí se muestra una vez más a la altura de las circunstancias es la clase trabajadora. No solo el personal sanitario sino también las cajeras de los supermercados, limpiadoras, pescadores, agricultores o transportistas. En definitiva, toda esa gente que ante una situación de extrema tensión se expone diariamente al contagio para que la normalidad se mantenga en la medida de lo posible.

Por tanto, si debemos aprender algo de esta crisis es que bajo este capitalismo de ficción, son los empleos más precarios y con menor reconocimiento social los que se han mostrado vitales cuando todo lo demás fallaba. Y por ello el aplauso es también para ellos y ellas, pero no puede quedarse ahí.

Si debemos aprender algo de esta crisis es que bajo este capitalismo de ficción, son los empleos más precarios y con menor reconocimiento social los que se han mostrado vitales cuando todo lo demás fallaba. Y por ello el aplauso es también para ellos y ellas, pero no puede quedarse ahí

Estamos en un barco que no termina de hundirse. Y que no permitiremos que se hunda, porque remaremos fuerte, todos juntos. Y cuando, más pronto que tarde, hayamos llegado a la orilla habrá que recordar quienes saltaron por la borda mientas otros achicaban agua.

5) Thatcher se equivocaba: la sociedad existe

El neoliberalismo nunca fue solo un proyecto económico, eso no era suficiente para triunfar. Su objetivo último siempre fue el de fragmentarnos, rompiendo los tejidos que nos constituían y cuidaban. Porque para vencer, la transformación tenía que ser de niveles antropológicos. De ahí que Thatcher clamara que no había sociedad, solo individuos y familias.

Por ello no deja de ser paradójico que haya tenido que ser Boris Johnson, quien hace apenas escasas semanas asumiese como inevitable la muerte de nuestros mayores a cambio de una economía estable, el que haya terminado por afirmar que, al contrario de lo que clamaba la Dama de Hierro, la sociedad existe.

Y es que en estos momentos podemos constatar que somos, y siempre seremos seres sociales. Nos necesitamos unos a otros con nuestras diferencias y pluralidad. Pero la magnitud de la crisis es tan grande que no nos podemos quedar ahí. Efectivamente la sociedad existe, pero existe porque nos cuidamos y por ello, solo una sociedad que no deje a nadie atrás merece la pena

Y para conseguirlo necesitamos seguir dos principios fundamentales. El primero es reforzar unos servicios públicos que las fuerzas conservadoras se han hartado de recortar bajo la excusa de la austeridad. Solo lo público nos puede salvar en tiempos de incertidumbre. Solo lo común garantiza que cuando la adversidad llega todo el mundo se pueda sentir seguro, sin importar género, clase u orientación sexual. Lo público es justicia y nuestro legado más valioso.

Solo lo público nos puede salvar en tiempos de incertidumbre. Solo lo común garantiza que cuando la adversidad llega todo el mundo se pueda sentir seguro, sin importar género, clase u orientación sexual. Lo público es justicia y nuestro legado más valioso

Lo segundo es que necesitamos descentrar la economía de nuestras vidas. Karl Polanyi nos mostró que efectivamente todas las sociedades necesitan de sistemas que gestionen cómo y qué producen, pero hasta el surgimiento del capitalismo en el siglo XVIII la economía siempre había estado supeditada al resto de la sociedad, nunca había sido un ente abstracto que dictase las normas.

Quizás deberíamos volver a poner sobre la mesa que una economía que no sirve al bien común no funciona. Que un sistema promovido únicamente por el beneficio privado colapsará antes o después porque hay cuestiones tan básicas como la sanidad que, como hemos visto, tienen que rendirse a principios más humanos.

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Cuando todo se tambalea es cuando realmente se pueden llegar a ver los pilares que nos sostienen. Y para bien o para mal, esta crisis está haciendo temblar todas nuestras vidas, dando pie a un espacio de claridad y lucidez que nos permite avistar qué cosas eran importantes y cuáles no, y por qué este sistema no era sostenible y estaba poniendo en jaque nuestra vida.

A finales de noviembre, César Rendueles reflexionaba sobre la vuelta a las prácticas del racionamiento por parte del Estado. En su momento no fueron pocas las voces que lo tacharon de excéntrico y sin embargo, apenas unos meses después, ante el acopio desorbitado que han hecho algunos de papel higiénico, la postura parece más sensata que nunca.

Estas situaciones de adversidad permiten poner sobre la mesa cuestiones que unos días atrás habrían sido demasiado radicales o meras excentricidades. La crisis a la que nos enfrentamos es de una gravedad histórica enorme, y se nos vienen momentos encima extremadamente duros. Pero, para bien o para mal, nunca una oportunidad para el cambio parecía tan cercana. Aprovechémosla.