Óscar del Pozo (AFP)

Por Adrià Porta Caballé

“La filosofía consiste en crear conceptos nuevos”[1]

Gilles Deleuze y Félix Guattari

  1. ¿Alguien ha dicho revolución anti-pasiva?

Hay algunos conceptos que, porque surgen por vez primera de una especulación teórica o un debate especializado antes que del análisis concreto de la situación concreta, parecen en su momento pura escolástica, ciego concepto sin intuición que lo acompañe –“frikismo” diríamos hoy en día. Y, sin embargo, cuando el contexto histórico cambia, y muchas veces casi por casualidad, “el significado cae en el significante”, que diría Lacan. Este es el caso, para mí, de la noción de “revolución anti-pasiva”, acuñada por la filósofa francesa Christine Buci-Glucksman, una de las grandes estudiosas de Gramsci durante los años 70[2]. En esa década ninguno de los escenarios políticos en Europa acompañó esta idea, y acabó por perderse en la nada. No obstante, yo creo que ahora puede alumbrar el contexto político bastante particular que tenemos en España (quizás solo semejante al de Portugal).

Pero para apreciar lo que el prefijo “anti-” puede aportar al debate estratégico de las fuerzas del cambio primero debemos entender qué es una revolución pasiva. ¿En qué sentido podemos llamar al Gobierno del PSOE un Gobierno transformista? En palabras de Gramsci, una revolución pasiva es, pura y simplemente, “una revolución sin revolución”[3], sin el pueblo que la protagoniza. Es la estrategia defensiva de un sector de las élites que, cuando ven peligrar sus privilegios por un movimiento de masas, intentan neutralizarlo a través de su cooptación por el Estado. Para ello, la revolución pasiva ejecuta dos maniobras simultáneamente: por un lado, disgrega demandas antes vistas como equivalentes y articuladas entre sí, expulsando las más radicales e integrando, siempre de forma subalterna, las asumibles para la hegemonía dominante. Por otro lado, decapita el movimiento de masas, desvincula el qué del quién y ejecuta parcialmente las aspiraciones de la revolución sin el sujeto que le dio a luz. Seguramente ningún término define tan bien el actual Gobierno del PSOE como esta noción del transformismo. Pedro Sánchez se ha propuesto darle a la España moderna todo lo que pueda en el plano de lo simbólico (nombramientos feministas, dimisiones por corrupción, exhumación del Valle de los Caídos, etc.), realizando alguno de sus anhelos en particular (la subida del SMI, pero que en realidad es absolutamente inseparable de la prohibición de los desahucios, etc.) siempre y cuando sea él en solitario quien ponga en marcha estas reformas (sin el resto de las fuerzas que le dieron el apoyo en la moción de censura) y manteniendo un silencio ensordecedor sobre la cuestión catalana.

Jacob Törfing resume correctamente que revolución pasiva y hegemonía expansiva representan dos polos contrapuestos dentro de un eje, donde la primera es emprendida preferiblemente por las clases dominantes y la segunda por las subalternas, la primera es una estrategia defensiva, y la segunda, ofensiva[4]. Mutatis mutandis, esta dicotomía es también a la que se refieren Laclau y Mouffe como lógica de la diferencia y de la equivalencia[5]. Entender y relatar el desarrollo dialéctico de la historia reciente de España con la secuencia ‘hegemonía expansiva (irrupción de Podemos, 2014-2015) – revolución pasiva (Gobierno del PSOE en solitario, 2018-2019) – revolución anti-pasiva (actualidad)’ puede servir no solo para iluminar teóricamente el pasado más próximo sino también para extraer una serie de conclusiones prácticas sobre el momento actual. Como en Hegel, la síntesis final o negación de la negación es el retorno a la tesis pero asumiendo la “verdad” del segundo momento.

Esto quiere decir, básicamente, que el primer momento de hegemonía expansiva no va a volver, al menos en el corto plazo si Casado, Rivera y Abascal no forman Gobierno. O bien mientras no haya una nueva crisis económica (que tampoco parece tan lejana considerando ciertos factores), una movilización social espontánea, un enemigo claro como lo fue Rajoy en su momento, o una saturación de la sociedad civil por fuera de la clase política, el momento de expansión de la cadena de equivalencias no se va a repetir al menos con la misma intensidad. Esto no es solo un hecho derivado de las condiciones “objetivas”, sino también subjetivo, y es que las fuerzas del cambio, otrora situadas en un afuera radical, han mutado también con la entrada en el Parlamento, y su institucionalización, más o menos parcial, es irreversible. ¿Quiere todo esto decir que debemos “moderarnos”? No, para nada: el concepto de revolución anti-pasiva viene justamente a proponer una alternativa gramsciana que a su vez incorpora el peso reforzado de la lógica de la diferencia en este nuevo tiempo, pero sin renunciar a un ápice del programa de reformismo radical.

En realidad, lo que hay que hacer, como siempre en la práctica contra-hegemónica, es lo opuesto de lo que el adversario quiere o espera de nosotros. Si la revolución pasiva se mide por la cooptación y canalización de las demandas a través del Estado, la resistencia a ella se debe dar por el ensanchamiento, la apertura y la porosidad con la sociedad civil. Como dijo Chantal Mouffe, “la estrategia de la clase trabajadora en Occidente tiene que ser una estrategia de ‘revolución anti-pasiva’, esto es, debemos realizar y ejecutar una revolución democrática, activa en la que sean las masas y no el Estado quien juegue un rol fundamental”[6]. Si en un primer ciclo electoral corto y acelerado se tuvo que dar una simplificación del campo político, ahora lo que necesitamos más que nunca es una multiplicación y profundización de los puntos de antagonismo. Si en el carril corto primaba la condensación electoral, en el largo debe hacerlo el arraigo en la sociedad civil. Si antes primaba donde el adversario era políticamente más débil, ahora debe hacerlo donde es ideológicamente más fuerte. El paso a las “propuestas concretas” no debe ser entendido como una renuncia a la equivalencia sino justamente como su realización cuando el mayor peligro es la cooptación de las demandas populares. A la guerra de movimientos le sigue la guerra de posiciones. En este sentido, las dos huelgas del pasado mes, la feminista y la ecologista, han señalado el camino a seguir. La precondición para todos estos metabolismos es, sin embargo, lo que Buci-Glucksmann llama “pluralismo institucional”[7].

 

  1. La cuestión de la subalternidad: Tasca, Bordiga… y Gramsci

Si la política es caminar entre precipicios, la cuerda por la que las fuerzas a la izquierda del PSOE han de practicar el funambulismo parece cada día más delgada. La moción de censura al PP que había de dar aire al bloque progresista en general, al entronizar únicamente al Partido Socialista en particular, ha dejado al resto de fuerzas del cambio entre la espada y la pared. El elefante en la habitación: la cuestión de la subalternidad. El problema de la subalternidad es que es estructural y, aparentemente, no tiene escapatoria. Por un lado, si uno apuesta por criticar constantemente al Gobierno corre el riesgo de quedar incoherente al mantener su apoyo parlamentario (máxime cuando tras la aparición de VOX la política cada vez va más de bloques progresista vs. reaccionario, que de partidos) y ser arrinconado al extremo izquierdo del tablero. Por otro lado, si uno apuesta por solo reírle las gracias pierde su differentia speciffica y deja de ahondar en la transformación social.

Para escapar lo que puede parecer en medio de la coyuntura política una auténtica cuadratura del círculo, a veces puede resultar útil reflejarse en cómo pasados revolucionarios han solucionado situaciones parecidas a lo largo de la historia. El 5 de enero de 1924 Gramsci escribe una carta desde Viena a Mauro Scoccimarro en la que expone las razones por las que no va a firmar un manifiesto izquierdista de Bordiga. En ese momento, la dirección del PCd’I se encuentra bloqueada por un Comité Central partido entre el ala derecha, representada por Tasca, que propone la alinza con el PSI contra el fascismo y el ala izquierda, encabezada por Bordiga, que defiende la posición contraria. En medio de este debate, que paraliza la acción del partido en una cuestión tan fundamental como la política de alianzas y en un momento tan crucial como el auge del fascismo, Gramsci ocupa una posición ‘centrista’, que no en el sentido de in medio virtus. Más allá de contestar, punto por punto, el manifiesto de Bordiga, es interesante como Gramsci aprovecha para levantar la vista y hacer una reflexión más general y profunda sobre la situación del partido:

así hoy hay que luchar contra los extremistas si se quiere que el partido se desarrolle y deje de ser una mera fracción externa del Partido Socialista. En realidad, los dos extremismos, el de derecha y el de izquierda, al encapsular al partido en la discusión única y exclusiva de las relaciones con el Partido Socialista, lo han reducido a una función secundaria[8].

Esta reflexión política particular de Gramsci puede ser elevada a máxima sobre el discurso en general: cuando las dos opciones disponibles que se ofrecen en una determinada coyuntura parecen igualmente intransitables es señal de que es el marco mismo el que resulta tramposo. Y entonces es el marco el que hay que cambiar. “No pienses en el PSOE”, bromearía Lakoff. La clave es mantener un discurso independiente, autónomo, definido en los términos propios, con un horizonte de futuro no-subordinado, que se dirija directamente al pueblo y no tanto a sus aliados o adversarios laterales.

 

  1. Reformismo radical y populismo ecofeminista

Finalmente, la construcción de una revolución anti-pasiva no-subordinada parece haber encontrado sus dos protagonistas en las manifestaciones de principios de este año. Si la política es el arte de priorizar, un discurso político que pretenda resistir la cooptación por parte del transformismo, debería poner el énfasis no en cualquier medida, sino en aquellas que son absolutamente inasumibles por las élites económicas y políticas, y sin embargo despiertan un gran consenso entre la población. En este sentido, tanto la huelga feminista el 8 de marzo como la huelga por el clima el 15 han tomado parte por la vida frente al capital, y de forma masiva.

El populismo no es una ideología particular sino una lógica o forma política en la cual la demanda que pasa a articular una universalidad que le es inconmensurable frente a un enemigo común no está determinada por ninguna estructura a priori. En términos estrictos, esto quiere decir que hay una relación contingente y política entre el significante-maestro y la cadena de equivalencias que representa. Obviamente, el caso paradigmático es la dicotomía pueblo/élites -de la cual el propio “populismo” obtiene su nombre. Pero no solo. Y hay que recordar que ha habido casos en la historia donde otros sujetos particulares han llegado a representar significantes vacíos. Este es el caso, por ejemplo, de la consigna leninista “pan, paz y tierra”, la lucha por el agua en Bolivia o contra el Apartheid en Sudáfrica[9]. Sin embargo, y a pesar de estos ejemplos indígenas, de clase o de raza, hasta donde yo sé aun no ha habido un caso en la historia en el que el feminismo (o el ecologismo) se erija como significante vacío del progreso de toda la nación. Quizás ha llegado su hora.

El populismo puede ser definido también como el momento fundacional que aparece en momentos históricos “calientes”. Frente a la lógica patriarcal de “los padres fundadores” el feminismo puede resignificar la nación a partir de los cuidados y, en Estados Unidos, el “Green New Deal” ya empieza a ser el nombre común de un nuevo liderazgo moral y político encabezado por Alexandria Ocasio-Cortez. La arrolladora victoria de las 350.000 mujeres que salieron a la calle el 8M en Madrid frente a los tristes 45.000 convocados en Colón por la hidra reaccionaria apunta a su capacidad de reordenar el campo político en torno a sí. Por ende, el feminismo y el ecologismo se enfrentan en España ante la posibilidad histórica e inédita de representar, no solo importantes demandas dentro de una cadena de equivalencias más amplia, sino el significante vacío de una revolución anti-pasiva general.

 

Referencias

[1] Gilles Deleuze y Félix Guattari, Qu’est-ce que la philosophie ? Éditions Minuit, Paris, 2005, p. 10 (todas las citas de obras extranjeras son traducción mía).

[2] Christine Buci-Glucksman, Gramsci y el Estado: hacia una teoría materialista de la filosofía, Siglo XXI, Madrid 1978.

[3] Antonio Gramsci, ‘El problema de la dirección política, desarrollo de la nación y el Estado moderno de Italia’, Antología, Selección, traducción y notas Manuel Sacristán, Akal, Madrid, 2013, p. 433.

[4] Jacob Törfing, New Theories of Discourse: Laclau, Mouffe and Zizek, Blackwell Publishers, Oxford, 1999, p. 113.

[5] Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemony and Socialist Strategy: Towards a Radical Democratic Politics, Verso, Londres, 2014, pp. 113-120.

[6] Chantal Mouffe, ‘Introduction: Gramsci Today’, Chantal Mouffe (ed.), Gramsci and Marxist Theory, Routledge and Kegan Paul, Londres, 1979, p.13.

[7] Christine Buci-Glucksman, ‘State, Transition and Passive Revolution’, Chantal Mouffe (ed.), Gramsci and Marxist Theory, Routledge and Kegan Paul, Londres, 1979, p. 233.

[8] Antonio Gramsci, ‘Carta a Mauro Scoccimarro: Viena, 5 de enero de 1924’, Antología, Selección, traducción y notas Manuel Sacristán, Akal, Madrid, 2013, p. 126.

[9] Sobre el primer movimiento, véase: Althusser, Louis, ‘Contradiction et Surdétermination’, Pour Marx, La Découverte, Paris, 1996, pp. 85-117; sobre el segundo: Íñigo Errejón y Alfredo Serrano (eds.), ¡Ahora es cuando, carajo!, el Viejo Topo, Barcelona, 2014; sobre el tercero: Aletta J. Norval, Deconstructing Apartheid Discourse, Verso, Londres, 1996.